En 1867, los dirigentes más poderosos del mundo, entre ellos el emperador Francisco José de Austria, Napoleón III de Francia y el secretario de Estado de EUA, William H. Seward, solicitaron al gobierno mexicano que perdonara la vida de un condenado a muerte.[i]
Como bien saben los amables lectores, para esa fecha, el ejército y las milicias mexicanas acababan de humillar a Francia, la entonces potencia militar terrestre más importante de Europa: la costosa campaña de seis años agotó el tesoro francés y erosionó el apoyo interno de Napoleón III, cuya ambición de transformar México en un «imperio cliente» bajo el mando de un archiduque de los Habsburgo nacido en Viena, coronado como Maximiliano I, terminó en un fracaso espectacular.
Tras su derrota, Maximiliano fue llevado ante un tribunal militar. Los monarcas europeos consideraban al prisionero como uno de los suyos, pero los liberales mexicanos lo condenaron como «invasor pirata», usurpador y traidor. A pesar de las indignadas apelaciones de las cortes europeas, el presidente Benito Juárez se negó a conmutar su sentencia: el aspirante a emperador fue ejecutado, junto con los generales conservadores Miguel Miramón y Tomás Mejía, por un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas, en Querétaro, el 19 de junio de 1867.
Más allá de la simplista y maniquea «historia de bronce», a la que son tan proclives los políticos mexicanos de todos los colores, debe señalarse que la referida controversia fue más allá del destino de un monarca: cristalizó un choque entre visiones opuestas del orden mundial, como dijo en su momento el presidente de Perú, Ramón Castilla, fue una «guerra de las coronas contra los bonetes frigios».[ii]
Todos sabemos que, hoy en día, la política mundial está en constante cambio: el llamado «orden internacional liberal», basado nominalmente en el multilateralismo, el libre mercado, los derechos humanos y el estado de derecho, se enfrenta a su crisis más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Antiguos defensores, como Estados Unidos, ahora desprecian abiertamente el derecho internacional y socavan las mismas normas que antes defendían, mientras China sigue mostrándose ambivalente y Rusia acelera sin pudor el desmoronamiento del citado «orden».[iii]
Y en términos que competen a nuestra región del mundo, el «acuerdo» posterior a la Segunda Guerra Mundial luce desfasado con respecto a los países del sur del globo y con la indignación generalizada por la doble moral puesta de manifiesto en las guerras en Ucrania, Irán y el genocidio palestino en Gaza. En medio de las crisis actuales, un orden mundial establecido por y para las grandes potencias parece insuficiente y condenado a carecer de legitimidad, por ende, una probable reordenación internacional requerirá el apoyo de diversos actores, incluidos los Estados como México y el resto de Latinoamérica.
En este sentido, recordemos que la década de 1860 fue un momento turbulento de reordenación mundial, algo que a menudo pasamos por alto: los cambios tecnológicos —el telégrafo, la electricidad, los barcos de vapor y los ferrocarriles— parecían tan disruptivos entonces como lo es hoy la Inteligencia Artificial. Combinadas con los cambios en la dinámica del poder, estas transformaciones aceleraron la expansión imperial. Sin embargo, las reglas del orden emergente seguían siendo inciertas, incluso entre las propias potencias imperiales.[iv]
Por ejemplo, en Europa, las redes de gobierno continuaban teniendo peso en la política internacional y, bajo una presión creciente, el antiguo régimen trató de reinventarse y reafirmarse: los imperios solían justificar su expansión con la promesa de llevar el orden y el progreso a pueblos supuestamente atrasados. Pero esa «misión civilizadora» chocaba con la perspectiva del mundo que surgía de nuestro continente, donde los países se habían liberado del dominio colonial para establecer repúblicas independientes, cuyos diplomáticos articularon una visión democrática del orden internacional centrada en la protección de los Estados más débiles frente al dominio de las grandes potencias.[v]
Así, dividido por la Guerra de Reforma, México se convirtió en un blanco fácil para los imperios europeos. El Partido Liberal había recuperado el poder, pero se enfrentaba a disensiones internas y a una deuda externa agobiante: Gran Bretaña, Francia y España formaron una coalición para invadir el país y exigir el pago del adeudo. Francia, sin embargo, tenía planes más ambiciosos.
Aprovechando la distracción de la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865), Napoleón III soñaba con transformar a México en un bastión latino contra la expansión yanqui. Lo mejor de todo era que el emperador francés pensaba que el plan sería rentable: un imperio mexicano firme podría pagar los costes de la intervención, con intereses, aumentando la producción de las famosas minas de plata del país, como las de Zacatecas. Mientras tanto, Francia ganaría un mercado receptivo para sus exportaciones y un subordinado geopolítico agradecido.
Maximiliano, un joven príncipe austriaco de la casa de Habsburgo, aceptó con cierta ingenuidad la oferta de gobernar una tierra lejana y desconocida: soñaba con renovar a México mediante una monarquía liberal, al tiempo que reviviría el linaje en declive de su familia.
Como señala la Historia, liderados por Benito Juárez, los liberales mexicanos resistieron ferozmente al gobierno de Maximiliano. Aunque militarmente Juárez se mantuvo siempre a la defensiva, siguió siendo proactivo en el ámbito diplomático: los juaristas fomentaron la simpatía de Estados Unidos, que resultó decisiva tras el fin de la guerra civil. Asimismo, contaron con la solidaridad —aunque con un apoyo material limitado— de otras repúblicas hispanoamericanas. Si bien todas las monarquías europeas reconocieron a Maximiliano como emperador de México, la rebeldía de Juárez se convirtió en un punto de encuentro para los liberales y republicanos de Europa.[vi]
Y, más allá de avivar las simpatías, Juárez y sus seguidores ofrecieron críticas mordaces a las normas y prácticas internacionales desiguales, encubiertas bajo una apariencia liberal:
- En primer lugar, el «internacionalismo republicano» de los juaristas mexicanos se oponía directamente a la «misión civilizadora» de los liberales europeos. Los republicanos latinoamericanos rechazaban la idea de que el progreso pudiera imponerse a sus países desde el extranjero, aunque algunos se hacían eco de tal «retórica civilizadora» aplicándola con sus propias poblaciones no blancas ni mestizas, que, al igual que en Estados Unidos, eran objeto de campañas de violencia y despojo que se extendían desde el norte de México hasta la Patagonia, al tiempo que muchos liberales latinoamericanos también guardaron silencio sobre el imperialismo en otros lugares.[vii]
- En segundo término, la visión juarista situaba la soberanía popular, y no los lazos dinásticos, en el centro de la legitimidad del Estado, idea basada en la tradición independentista de México y en los principios consagrados en la Constitución de 1857. Desde este punto de vista, la intervención europea tenía como objetivo suprimir el gobierno popular en América, como un modo de extender la reacción contra las revoluciones fallidas de 1848, que habían amenazado gravemente el antiguo orden cuando se extendieron por Europa.[viii]
- En tercer lugar, los Estados soberanos populares eran iguales ante el derecho internacional, independientemente de su poder, riqueza o desorden interno. La igualdad soberana también sustentaba el firme compromiso de América Latina con la no intervención, por ejemplo, el escritor y diplomático liberal Francisco Zarco, confidente cercano de Juárez, condenó las frecuentes justificaciones económicas europeas para la intervención como obra de «contrabandistas y especuladores que se envuelven en las banderas de las naciones poderosas».[ix]
Por último, los liberales mexicanos abogaban por un sistema internacional basado en la fraternidad republicana, inspirándose en las aspiraciones de cooperación que se remontaban al libertador Simón Bolívar, líder independentista y republicano que convocó al Congreso de Panamá en 1826, con la esperanza de que una confederación de los nuevos Estados independientes de América Latina «fuera el escudo de nuestro nuevo destino».[x]
Argumentos similares a favor de un orden internacional que promueva la no dominación siguen resonando hoy en día en el sur de nuestro planeta, como el Grupo de La Haya, liderado por Colombia y Sudáfrica, que busca contener, responsabilizar y sancionar al Estado paria de Israel por el actual genocidio del pueblo palestino.[xi]
De este modo, la experiencia mexicana en la segunda mitad del siglo XIX pone de relieve que los artífices del «orden mundial» nunca han procedido exclusivamente de los países hegemónicos, y esperamos que quienes configuren su futuro tampoco lo harán.
[i] https://history.state.gov/milestones/1861-1865/french-intervention
[ii] https://estudiosamericanos.revistas.csic.es/index.php/estudiosamericanos/article/download/593/596/597
[iii] https://www.realinstitutoelcano.org/analisis/la-erosion-del-orden-liberal-internacional-y-la-transicion-hacia-un-nuevo-sistema/
[iv] https://www.researchgate.net/publication/288873146_The_Global_Transformation
[v] https://portales.sre.gob.mx/acervo/images/libros/RI/vol_4_america_%20del_%20sur.pdf
[vi] https://www.researchgate.net/profile/Agustin_SANCHEZ_ANDRES/publication/335854183_Relaciones_Internacionales_y_Construccion_Nacional_America_Latina_1810-1910/links/5da918a8299bf111d4be2a49/Relaciones-Internacionales-y-Construccion-Nacional-America-Latina-1810-1910.pdf
[vii] https://www.uv.mx/blogs/tipmal/files/2016/01/El-movimiento_AL.pdf
[viii] https://contralinea.com.mx/analisis/independencia-nacional-factor-determinante-del-pensamiento-de-juarez/
[ix] https://bibliotecamexico-fondoreservado.cultura.gob.mx/fondo-reservado/comentarios-de-francisco-zarco-sobre-la-intervencion-francesa/
[x] https://elhistoriador.com.ar/simon-bolivar-y-la-union-latinoamericana/
[xi] https://www.france24.com/es/medio-oriente/20250717-grupo-de-la-haya-buscar%C3%A1-impedir-el-suministro-de-armas-a-israel
Carlos Hinojosa*
*Docente y escritor zacatecano