Cuando el director del filme Parásitos (2019, ganador de la Palma de Oro en Cannes), Bong Joon–ho, tuvo la idea de una historia basada en sus experiencias, durante veinte años, como tutor de personas de clase alta en Seúl, tal vez nunca se imaginó que participaría en la carrera por el Oscar a la mejor película en el 2020. Hasta ahora, ningún filme coreano había sido nominado para el premio de la Academia en la categoría de lengua extranjera, mucho menos para el mayor galardón de todos.
Pero esta pícara tragicomedia sobre los Park, una familia de clase baja de Seúl que se infiltra en un hogar acomodado, haciéndose pasar por docentes particulares y sirvientes, se convirtió en todo un éxito para el público, incluyendo el estadounidense, tan reacio a leer subtítulos en el cine —justo como creen los legisladores de la 4T que somos los mexicanos[i]—. Tras obtener presea tras presea en diversos festivales, la película de Bong llega a los Oscares compitiendo en seis categorías y, junto con la estupenda 1917 (Sam Mendes, 2019), se perfila como una de las mejores candidatas a lograr el premio mayor.
Si Parásitos gana el Oscar a mejor película, será un reconocimiento un tanto a destiempo para el inmenso caudal de creatividad que es el cine sudcoreano, el cual, en tan sólo dos décadas, se ha convertido en la industria cinematográfica más dinámica y original del planeta, hogar de geniales cineastas, creadores de un soberbio cine «comercial», como el citado Bong y el director de La doncella (2016),[ii] Park Chan–wook, pero también de los favoritos del circuito del cine independiente, Hong Sang–soo, Kim Ki–duk y el realizador de la excelente Burning (2018, basada en un relato del más que notable Haruki Murakami), Lee Chang–dong.
Es posible que los cinéfilos ocasionales empezaran a darse cuenta de que algo interesante estaba pasando, en Corea del Sur, cuando el Oldboy (2003) de Park fue estrenado de este lado del planeta en 2005. Su violenta y oscura trama colocó a este filme en la categoría de «cine asiático extremo», el cual ya contaba con un nicho gracias a la labor de gente como John Woo y Quentin Tarantino. Pero Oldboy y las otras películas de la trilogía «Venganza»[iii] de Park eran mucho más que una etiqueta, ya que presentaban una peculiar mezcla de matices: una comedia absurda que iba directamente a la tragedia, un toque al parecer genuinamente coreano, como la secuencia del protagonista de Oldboy, Oh Dae–su, cuando, finalmente libre después de 15 años de cárcel, engulle por entero un pulpo vivo.[iv]
Esta confluencia de tonalidades, visible en el trabajo de otros directores sudcoreanos, podría ser considerada como una especie de reacción a los vaivenes de la historia reciente de su país. La estadía en prisión de Oh Dae–su abarca desde 1988, el primer año de la democracia republicana en Corea del Sur, hasta 2003. Durante dicho periodo, Corea del Sur ha experimentado una intensa entrada al capitalismo de libre mercado, que «borró» el anterior período de dictadura militar, una época más oscura. Como un reflejo de su patria, la aparente «amnesia» de Oh Dae–su parece simbolizar la negativa de los sudcoreanos a reconocer el significado de tales cambios.
En virtud de lo anterior, los cineastas sudcoreanos han decidido enfrentarse a las condiciones sociales extremas surgidas con el citado cambio de régimen, lo cual, podemos inferir, contribuyó a dar nacimiento al genial cine de Corea del Sur. Asimismo, a los directores les ayudó una generosa cuota de pantalla que, hasta el 2006, exigía a las salas de cine que proyectaran películas de producción nacional durante 146 días al año.
Muchos directores de la Nueva Ola Coreana (o Hallyu) surgieron del período de manifestaciones populares de los años ochenta que puso fin a la dictadura militar. Todos ellos eran miembros de los cineclubes universitarios que proyectaban películas prohibidas por las leyes de censura, en campus que bullían de un ambiente pro–democrático. Tal vez de ahí les brotó el gusto por explorar las partes prohibidas de la psique nacional, como la recurrente obsesión de la industria fílmica sudcoreana por el cisma con el Norte comunista, como se ve en la película de Chan Wook–Park, Área común de seguridad (2000), sobre un tiroteo en la zona desmilitarizada entre ambas Coreas, o Shiri (Je–gyu Kang, 1999), en la que agentes comunistas durmientes plantan bombas en Seúl, y en la taquillera cinta sobre el conflicto bélico entre ambas Coreas,[v] Hermandad de guerra (2004), del mismo Kang.
Por otra parte, también el tenso e incisivo comentario social se ha convertido en una marca del cine coreano, como pueden descubrirlo quienes busquen aproximarse a los trabajos previos de Bong Joon–ho: en Memorias de un asesino, su obra maestra de 2003, utilizó los asesinatos seriales de Hwaseong —que permanecieron 33 años sin resolver[vi]—, durante la década de 1980, para denunciar la brutalidad e incompetencia de la época de la dictadura.
Incluso su aparente película palomera, The Host, de 2006, lleva una segunda intención: un científico estadounidense vierte, en el río Han, los productos químicos que crean el pez mutante de la película, seguramente una astuta alegoría sobre la presencia militar de EUA en la península. Con sus filmes El expreso del miedo (Snowpiercer, 2013) y Okja (2017), protagonizados por actores como Chris Evans, Tilda Swinton y Jake Gyllenhaal —cintas asimismo disponibles en Netflix—, Bong ha trabajado dentro del vientre de la bestia hiper–capitalista, pero siempre ensartando su enfoque satírico.
De hecho, son varios cineastas sudcoreanos quienes han explorado dicha temática: la idea de que el capitalismo al estilo estadounidense ha envenenado el país, como puede deducirse de películas como el anime King of Pigs, (Yeon Sang–ho, 2011), sobre la brutal competencia en los planteles educativos, o la aclamada Burning (referida líneas más arriba), sobre la frenética relación de un aspirante a novelista con un playboy de Gangnam.
Pero el semillero de maestros del cine contemporáneo parece ser interminable en Corea del Sur: desde Kim Jee–woon, con su ultra–violento thriller de venganza, Yo vi al diablo (2010) —y su vertiginoso homenaje al spaghetti western supremo, El bueno, el malo y el raro (2008)—, a Yeon Sang–ho y su filme de zombis que reflexiona sobre la lucha de clases, Estación Zombi (2016), a la nueva esperanza, Na Hong–jin, y el asombroso thriller rural de exorcismo, En presencia del diablo (2016).
Alguien podría preguntarse por qué nos entusiasma tanto lo que se está realizando en Corea del Sur, no sólo en el séptimo arte, sino también en otros formatos narrativos, como las series y telenovelas que, gracias al omnipresente Netflix, podemos disfrutar con todas las ventajas que nos ofrece el streaming, o incluso en el ámbito musical, con la enorme popularidad del K–Pop, merced a grupos como Blackpink y BTS. La respuesta a todo ello resulta evidente, como alguna vez expresara el propio Bong Joon–ho: «lo local es lo universal, después de todo, ahora vivimos en el mismo país: el capitalismo».[vii]
[i] https://www.xataka.com.mx/cine-y-tv/morena-quiere-que-peliculas-extranjeras-que-lleguen-a-mexico-esten-dobladas-al-espanol
[ii] Próximamente disponible en Netflix, que nos ha brindado un amplio catálogo de producciones sudcoreanas, tanto cinematográficas como televisivas.
[iii] https://www.hobbyconsolas.com/reportajes/la-trilogia-la-venganza-park-chan-wook-43326
[iv] https://www.youtube.com/watch?v=LzJEGqek3TQ
[v] http://www.historiasiglo20.org/GLOS/guerracorea.htm
[vi] https://expansion.mx/vida-arte/2019/09/22/asesino-que-inspiro-memories-of-murder-es-identificado
[vii] https://culto.latercera.com/2020/01/06/parasite-de-bong-joon-ho-estreno-en-chile/
Carlos Hinojosa*
*Escritor y docente zacatecano