Reestructura – Intransigencia democrática


“Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti.”

Lo escrito por el filósofo alemán FriedrichNietzsche en el aforismo 146 de su libro “Más Allá del Bien y del Mal” viene como anillo al dedo a la situación que, en nuestro país, particularmente en el poder se vive.

La idea de la división de poderes que postuló Montesquieu al escribir “El Espíritu de las Leyes” en el siglo XVIII –en una época que dentro de la historia se concibe como el siglo de las luces, misma en la que se daría la caída del absolutismo–, fue precisamente la de establecer límites al poder del soberano, garantizando con ello que el ejercicio del poder fuese lo más justo posible, sin abusos de autoridad.

Desafortunadamente, en México la división de poderes pareciera sólo una disposición inerte de la Constitución, cuya manifestación en la realidad se traduce en un servilismo de partido.

La discusión que debiera tener lugar en las Cámaras del Congreso de la Unión suele ser intransigente, los debates –que han existido sus excepciones– frívolos y los argumentos de los mismos repletos de sesgo, dando como resultado puntos de acuerdo unilaterales –puesto que con solo tener la mayoría los consiguen aprobar–, así como leyes y reformas a capricho.

El pasado martes 20 de octubre fue aprobado en el Senado de la República el proyecto de decreto por el que se extinguen 109 fideicomisos y fondos públicos. Con una votación de 64 a favor, 51 en contra y 0 abstenciones se aprobó en lo general y en lo particular, respecto de los artículos no reservados, mientras que en lo relativo a estos últimos su aprobación se daría con 64 a favor, 39 en contra y 0 abstenciones. Ninguna de las 43 reservas presentadas por los senadores fue siquiera aprobada para ser puesta a discusión. El mismo atropello a la democracia que en legislaturas pasadas arguyó la entonces oposición, es el mismo que el día de hoy se ejerce. Así es el abarrote.

La voluntad del presidente una vez más, quedó clara: aprueben, no critiquen.
Sin lugar a dudas una postura crítica del Congreso, en su conjunto, sería un gran avance al desarrollo democrático de México, una postura cuyo resultado sean debates intensos en los que las perspectivas de los partidos sean atendidas en virtud de ser per sé representación de las ideas que forman parte de la colectividad. Un Congreso en el que el respeto a la diversidad, en todas sus especies, sea la pauta.

Seamos el cambio.

 

Óscar Peña*

* Estudiante de séptimo semestre de la Licenciatura en Derecho de la UNAM

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