Si buscamos un tema general que unifique las películas de Guillermo del Toro, tal vez éste sea que los humanos —no los fantasmas vengativos, los demonios del infierno o las sensuales deidades acuáticas que comen gatos— son los verdaderos monstruos que acechan en las sombras. Los amables lectores podrían pensar que lo anterior suena como un cliché, pero funciona para resumir una mente maestra y macabra. Pensemos en el eslogan de su nuevo filme: «¿Hombre o bestia?», donde el mensaje puede ser el mismo, pero El callejón de las almas perdidas (2022) se aleja del resto de la obra de Del Toro: es su primera película que no presenta ninguno de los elementos sobrenaturales o de ciencia ficción sobre los que ha construido su carrera.[i]
En el filme que nos ocupa, Guillermo del Toro optó por readaptar para la pantalla la novela homónima de William Lindsay Gresham de 1946. Pero este cambio de las peleas de robots gigantes (Titanes del Pacífico, 2013) y las mansiones victorianas embrujadas (La cumbre escarlata, 2015) a la sordidez del cine negro no es tan drástico como podría pensarse. De hecho, el género negro se adapta perfectamente al estilo grotesco que caracteriza a del Toro. Con El callejón de las almas perdidas, el director tapatío vuelve a demostrar que es un genial visionario cinematográfico, cuyo compromiso con el séptimo arte no deja de sorprender.
Los aficionados al cine negro ya conocen el argumento del citado filme por la adaptación de Edmund Goulding de 1947, en la que Tyrone Powell interpreta a Stanton «Stan» Carlisle, un apuesto y sagaz vagabundo convertido en mentalista estafador, oficio que le genera fama, fortuna y la posterior ruina a manos de una femme fatale psiquiatra.[ii] Aunque del Toro es fan de la versión de Goulding, su interpretación de El callejón de las almas perdidas se acerca más al espíritu de la novela de Gresham, cuyos derechos le fueron regalados, en 1992, por su frecuente colaborador Ron Perlman (que interpreta al hombre fuerte Bruno).[iii] Hay un par de guiños a la película de Goulding —e incluso a un filme argentino de similar trama, Fascinación (Carlos Schlieper, 1949)—,[iv] pero, como era de esperarse, la interpretación de Del Toro es más oscura que la película de Goulding.
En esta versión, el cineasta mexicano nos introduce en las vidas de los marginados de la sociedad estadounidense en los albores de la Segunda Guerra Mundial: Stanton Carlisle (Bradley Cooper) arrastra un cadáver bajo las tablas del suelo de la casa de su infancia, le prende fuego y se pone en marcha. Sus andanzas le llevan a una feria dirigida por Clem Hoatley (el siempre genial Willem Dafoe). Con su buena apariencia y talento para hablar con finura, Stanton encuentra rápidamente un nicho ayudando a «Madame» Zeena (Toni Collette) y a su ebrio marido Pete (David Strathairn) en su acto psíquico; a cambio, la pareja le enseña el sistema de palabras codificadas que hay detrás de su añejo espectáculo de mentalismo.
Después de que la negligencia de Stan provoca una tragedia que complica su relación con Zeena, él se va por su cuenta como mentalista, llevándose consigo a la virtuosa «Chica Eléctrica» del carnaval, Molly (Rooney Mara), como su bella asistente y amante. Pasan un par de años y su acto, en un cabaret de Nueva York, atrae a multitudes crédulas de las élites adineradas, lo cual pone a Stan en contacto con la psicoanalista para acaudalados, Lilith Ritter (Cate Blanchett). Juntos traman un plan para estafar al escéptico magnate Ezra Grindle (Richard Jenkins, quien regresa con del Toro tras su papel nominado al Oscar en La forma del agua). Pero Ezra no será el único estafado.
Una de las mayores virtudes de Del Toro como cineasta es que siente un amor genuino por todo lo que hace, ya sea que trabaje con sus ideas originales, como en El laberinto del fauno, o con personajes creados por otros autores, como en Blade II (2002). Lo que define el estilo de Del Toro no es sólo una atracción por lo extraño y lo sobrenatural, sino la forma como profundiza en preocupaciones recurrentes, como la guerra y las desigualdades sociales, en cada una de sus películas. Su objetivo suele ser explorar lo que convierte a los seres humanos en monstruos, y El callejón de las almas perdidas continúa esa búsqueda.
La caída de Stan resulta trágica, pero en gran medida es el resultado de su proceder: estafar para sobrevivir es una cosa, pero dirigir un «espectáculo de fantasmas» que se aprovecha sin miramientos del dolor de la gente, para conseguir fama y fortuna, es algo totalmente distinto. A diferencia de la adaptación de Goulding, la de Del Toro no ofrece a Stan ninguna redención romántica, y la conclusión toma un mejor rumbo por ello.
En cuanto al ámbito del diseño de producción, El callejón de las almas perdidas realmente se lleva las palmas: desde el aspecto mugriento y grotesco del carnaval de Clem Hoatley hasta los interiores art decó, opulentamente iluminados, donde Stanton entreteje sus engaños. Tal vez los escenarios resulten demasiado brillantes para ser considerados de un auténtico cine negro, pero del Toro nunca ha sido partidario del realismo descarnado, ya que es un maximalista en todo el sentido de la palabra. Quizás no puedo ser demasiado objetivo, porque soy fan desde siempre del cine de Guillermo del Toro, pero no puedo pensar en otro director actual que esté tan comprometido con la estética de lo excesivo, lo cual, como espectador, siempre se agradece.
REFERENCIAS
[i] https://www.elfinanciero.com.mx/entretenimiento/2021/10/09/guillermo-del-toro-donde-ver-sus-peliculas/
[ii] https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/cine/el-callejon-de-las-almas-perdidas-las-tragedias-detras-de-una-pelicula-maldita-con-un-villano-que-nid18012022/
[iii] https://collider.com/guillermo-del-toro-nightmare-alley-rating-details/
[iv] http://cineargentino-online.blogspot.com/2013/10/fascinacion-1949-pelicula-completa.html
Carlos Hinojosa*
*Escritor y docente zacatecano