«En el observatorio de Zacatecas, México, el 12 de agosto de 1883, a 2 mil quinientos metros sobre el nivel del mar, un gran número de cuerpos luminosos penetró en el disco solar. El señor [José Árbol y] Bonilla telegrafió a los observatorios de México y Puebla, donde no eran visibles. Visto este paralaje, el señor Bonilla localizó los cuerpos ‘relativamente cerca de la Tierra’ […] Uno de estos cuerpos fue fotografiado: el documento muestra un largo cuerpo rodeado de estructuras indefinidas, por el temblor de alas o de planos en movimiento».
Charles Fort, El libro de los condenados (1919)[i]
La figura de Charles Hoy Fort (1874–1932) ocupa un lugar singular en la historia intelectual del siglo XX. Escritor, coleccionista de anomalías y crítico de las ortodoxias científicas, Fort dedicó su vida a documentar y sistematizar fenómenos que escapaban a las categorías aceptadas por la ciencia, la religión y las estructuras socioculturales de su tiempo. A través de obras como The Book of the Damned («El libro de los condenados», 1919), New Lands («Nuevos mundos», 1923), Lo! («¡He aquí!», 1931) y Wild Talents («Talentos insólitos», 1932), reunió registros de lluvias de animales, avistamientos de objetos no identificados, desapariciones inexplicables, teletransportaciones y otros episodios «malditos» —así los llamó— que la ciencia institucional desechaba como fraudes o errores.
«Hay una narrativa coherente o una superhistoria entretejida en el corazón de sus cuatro libros, una historia sin la cual estos textos tendrían poco poder sobre sus asombrados lectores. […] Aquí es donde las cosas dejan de ser abstractas y filosóficas y se vuelven inquietantes y numinosas. Se trata de la misma narrativa fantástica que más tarde adoptaría formas visionarias, incluso físicas, dentro del fenómeno OVNI, una historia aún más extraña que Fort vio en casi todos sus detalles más de treinta años antes de que finalmente apareciera en la escena pública a finales de la década de 1940. Sin duda, un profeta. Lo que tenemos aquí, al fin y al cabo, es mucho más que una filosofía. Es el comienzo de una nueva mitología viva».[ii]
Fort no fue un científico en el sentido académico estricto, pero su metodología —acopio exhaustivo de datos, clasificación sistemática, contraste entre fuentes— evidencia un rigor comparable al de los investigadores formales, con la salvedad de que su finalidad no era confirmar teorías, sino erosionar certezas. Su actitud crítica se dirigía tanto al dogmatismo científico, que tiende a excluir lo que no encaja en sus marcos teóricos, como al fundamentalismo religioso, que interpreta lo desconocido bajo categorías sobrenaturales cerradas.
Su obra encarna un pensamiento heterodoxo que no se conforma con la explicación más aceptada, sino que busca mostrar la fragilidad de las fronteras entre lo posible y lo imposible. Este cuestionamiento tiene implicaciones políticas y socioculturales: al desestabilizar los sistemas de creencias dominantes, Fort también atacaba los consensos de poder que se sostienen sobre ellos.
«Todo está conectado, nada puede ser probado con total seguridad. Estas palabras de Fort ya las habían pronunciado otros sabios al margen en el curso de la historia: vivimos en un sueño, que va cambiando según lo dicta la autoridad de cada época. En el auge de la ciencia positivista y los descubrimientos de la técnica, Fort se atrevió, como habían hecho Zenón de Agripa, Pessoa o Borges, a negar el progreso y poner en entredicho esa realidad pesada y abrumadora. ‘De lo que no se puede hablar, hay que callar’, sentenciaba Wittgenstein[iii] en su primera época. Por lo tanto, hablemos».[iv]
En el terreno literario, la influencia de Charles Fort se proyecta mucho más allá del ensayo o la crónica de casos. Aunque no tuvo éxito al cultivar la ficción de forma directa, sus obras están impregnadas de un imaginario de lo extraño y lo inabarcable que resonó en la naciente ciencia ficción y en el horror del siglo XX.
Autores como H.G. Wells habían concebido la ciencia ficción principalmente como una extensión lógica de la ciencia conocida, extrapolando descubrimientos y tecnologías. Fort, en cambio, se interesaba por lo radicalmente «otro», por aquello que no podía deducirse de las leyes físicas establecidas. En este sentido, sus escritos abrieron un espacio narrativo que combinaba lo científico con lo incognoscible, y que sería fundamental para el terror cósmico de H.P. Lovecraft y sus contemporáneos.
Lovecraft, lector de Fort, incorporó a su obra la noción de un universo vasto y hostil, lleno de entidades y realidades que rebasan la comprensión humana, concepto que Fort había insinuado al presentar sus «hechos malditos» como indicios de una trama cósmica invisible y no necesariamente benévola. Si Wells representaba el optimismo racionalista, Fort anticipaba el desconcierto ontológico.[v]
«Uno de los escritores de ciencia ficción pulp más famosos que muestra la influencia de Fort es H.P. Lovecraft, un autor cuyas historias a menudo trataban sobre un mundo invisible lleno de fenómenos extraños. Aparte de áreas temáticas similares, Lovecraft aparentemente leyó al menos algo de Fort, mencionándolo por su nombre en un fragmento del relato titulado El descendiente: ‘Libros como el relato quimérico de Ignatius Donnelly sobre la Atlántida los absorbió con entusiasmo, y una docena de precursores oscuros de Charles Fort lo cautivaron con sus caprichos’. Aquí reconoce la importancia de Fort para la investigación de lo inexplicable y no es de extrañar que Lovecraft conociera a Fort. La filosofía del ‘cosmismo’ de Lovecraft tiene similitudes con la de Fort; ambos enfatizan que la humanidad es en gran medida insignificante en un sentido cósmico, pero no de la misma manera que T. H. Huxley podría creer. Las opiniones de Lovecraft sobre este tema eran pesadillescas, no simplemente pesimistas. También parecía creer, al igual que Fort, que hay otras entidades que son superiores y mucho más inteligentes que los humanos. La filosofía de Lovecraft está marcada por influencias ocultistas, lo que lo aleja aún más de escritores como Wells. Es con Lovecraft con quien la obra de Fort y filosofías similares apelan a un terror cósmico, en contraposición al pesimismo cósmico de Huxley. No solo somos insignificantes en el gran esquema del universo, sino que el universo está ahí para atraparnos. Debemos tener miedo».[vi]
Como podemos apreciar, el legado de Charles Fort se mantiene vivo en campos tan diversos como la ufología, la parapsicología, la literatura especulativa y el pensamiento crítico sobre la ciencia.[vii] Su influencia, aunque a menudo marginalizada por el canon académico, se percibe en el auge de géneros que combinan investigación, crónica y narrativas ficcionales para explorar lo insólito. También se manifiesta en la actitud intelectual que valora el desequilibrio epistemológico[viii] como motor creativo, más que como amenaza.
Incluso en uno de los recientes filmes de Jordan Peele, uno de los directores más interesantes del cine de horror contemporáneo, Nope («¡Nop!», 2022), resulta evidente cómo la trama se inspira en la documentación de Fort sobre sucesos extraños e inexplicables, en particular la idea de objetos inverosímiles que caen del cielo, así como el inquietante tema de que los seres humanos bien podemos ser el ganado de alguna «especie superior» que habita en las capas altas de nuestra atmósfera.
«Los cerdos, los patos y las vacas deben, en principio, descubrir que son posesión de alguien, y después preocuparse por saber por qué son poseídos. Quizá somos utilizables, quizá se ha operado un convenio entre varias partes: algo sobre nosotros tiene derecho legal por la fuerza, después de haber pagado por obtenerlo, el equivalente de las cuentas de colores que le reclamaba nuestro anterior propietario, más primitivo. Y esta transacción es conocida desde hace varios siglos por algunos de nosotros, carneros emisarios de un culto o de una orden secreta cuyos miembros como esclavos de primera clase, nos dirigen de acuerdo con las instrucciones recibidas y nos encaminan hacia nuestra misteriosa función».[ix]
En un mundo actual saturado de información, donde la frontera entre dato verificado y conjetura se vuelve difusa, la figura de Fort invita a repensar cómo se construye el conocimiento y qué papel juegan la duda y la imaginación en dicho proceso. Su trabajo no solo documenta anomalías, sino que propone una filosofía de la incertidumbre que sigue siendo provocadora y necesaria.
[i] Charles Fort, El libro de los condenados, Reditar Libros, España, 2006, p. 180.
[ii] Jeffrey J. Kripal, Autores de lo imposible: Lo paranormal y lo sagrado, Kairós, Barcelona, 2012, p. 122.
[iii] Para el primer Wittgenstein, el mundo, la realidad, está conformada por hechos. Por ejemplo, un hecho podría ser el siguiente: «El perro de la vecina está saltando en el jardín». Es importante notar que para el filósofo austríaco el componente último de la realidad son los hechos, no las cosas: https://filco.es/10-claves-sobre-wittgenstein/
[iv] Grace Morales, «Charles Fort: el gabinete de los condenados», en: https://www.jotdown.es/2016/04/charles-fort-gabinete-los-condenados/
[v] Un «desconcierto ontológico» se refiere a una confusión o perturbación en la comprensión de qué es lo que existe y cómo es la realidad, lo cual surge cuando nuestras suposiciones fundamentales sobre el ser se ven desafiadas por nuevas ideas o experiencias, como la aparición de la Inteligencia Artificial. Es un estado de perplejidad que nos obliga a cuestionar nuestras ontologías, es decir, nuestras teorías sobre la naturaleza y las categorías de la realidad.
[vi] Tanner F. Boyle, The Fortean Influence on Science Fiction: Charles Fort and the Evolution of the Genre, McFarland & Company, Inc., Publishers, Jefferson, North Carolina, 2020, p. 83.
[vii] Revista DUDA N° 430, «¿Quién descubrió los OVNIS a principios de siglo?», Editorial Posada, México, 26 de septiembre de 1979, en: http://revisteriaponchito.com/duda/430/
[viii] Un «desequilibrio epistemológico» ocurre cuando una persona o grupo, al intentar obtener un conocimiento científico y fundamentado (episteme), se ve obstaculizado por sus propios conocimientos previos, prejuicios, opiniones o formas de razonamiento del sentido común (doxa), que dificultan o impiden la consolidación de una nueva comprensión racional y crítica de la realidad. Estos «obstáculos epistemológicos», como los llamó Gaston Bachelard, no son dificultades técnicas o empíricas, sino barreras internas y culturales que deben ser superadas para alcanzar la verdad científica.
[ix] Charles Fort, op. cit., p. 99.
Carlos Hinojosa*
*Docente y escritor zacatecano
