Como bien saben los amables lectores, en la China de Xi Jinping solo hay lugar para un dios, y ese dios es el propio Xi. La frase, que podría parecer hiperbólica, cobra una inquietante literalidad ante los hechos recientes: a principios de este mes, más de treinta pastores y feligreses de distintas ciudades fueron arrestados, la mayoría vinculados a la Iglesia Protestante Sión, una congregación no reconocida por el Estado.[i]
El régimen chino mantiene desde hace años una política religiosa que combina la cooptación institucional con la represión selectiva. Por ley, los cristianos sólo pueden practicar su fe en una de las dos iglesias oficiales —la Asociación Patriótica Católica China o el Movimiento Patriótico Protestante de las Tres Autonomías—, ambas subordinadas al Partido Comunista. La Iglesia Protestante de Sión, que opera fuera de ese marco, representa un desafío: una comunidad organizada, autónoma y en expansión, justo el tipo de estructura social que el poder de Xi considera potencialmente subversiva.
La relación de China con el cristianismo ha sido, históricamente, ambivalente. Introducido en la dinastía Tang (618–907) y consolidado tras el contacto con las potencias occidentales en el siglo XIX, el cristianismo fue objeto de una persecución feroz bajo Mao Zedong, quien lo consideraba «veneno espiritual».[ii]
No obstante, el intento de erradicar la religión fracasó. En las décadas posteriores a Mao, la fe cristiana experimentó un crecimiento vertiginoso: según cifras oficiales, 44 millones de personas pertenecen a iglesias registradas, aunque estimaciones independientes elevan la cifra a más de 130 millones. Paradójicamente, el número de cristianos podría superar ya al de militantes del Partido Comunista.[iii]
Durante el gobierno de Hu Jintao (2002–2012), la represión era perceptible, pero todavía dejaba ciertos márgenes de libertad. Los creyentes no podían hacer proselitismo, pero sí reunirse con relativa tranquilidad. Incluso hubo señales de apertura: programas cristianos sobre valores familiares, como Alpha Marriage («Matrimonio Alfa»),[iv] eran vistos con simpatía oficial.
Todo cambió con la llegada de Xi Jinping. El nuevo liderazgo vio en la religión —en especial en el cristianismo— un riesgo político: una red transnacional de vínculos ideológicos y afectivos que escapaba al control estatal. La respuesta fue inmediata: se prohibieron aplicaciones cristianas, se demolieron templos, se arrancaron cruces y se encarceló a líderes religiosos. En 2014, el pastor Zhang Shaojie fue condenado a doce años de prisión, preludio de una represión más sistemática.[v]
Poco después, Xi formuló su doctrina de la «sinización»[vi] de la religión: un proceso de domesticación ideológica que exige a las iglesias «adaptarse» a los valores socialistas y a la autoridad del Partido. En la práctica, esto se tradujo en retratos del presidente reemplazando imágenes de Cristo, cámaras de vigilancia dentro de los templos y sermones supervisados por funcionarios. El mensaje era inequívoco: la lealtad a Dios debía pasar primero por la lealtad al Partido.[vii]
Desde entonces, los casos de persecución se han multiplicado. Pastores como Wang Yi, sentenciado a nueve años de prisión, son ejemplo de una ofensiva que ya no se limita a contener, sino a disciplinar la fe.[viii] Las recientes redadas contra la Iglesia Protestante de Sión confirman esta tendencia. A la represión física se suma la digital: nuevas directrices buscan prohibir los sermones en línea impartidos por grupos sin licencia, en un intento de cerrar cualquier espacio espiritual no regulado por el Estado.
El proverbio chino «matar al pollo para asustar a los monos» resume con precisión la estrategia de Pekín. La Iglesia Protestante de Sión es el «pollo» sacrificado para enviar un mensaje a los demás: ningún credo, comunidad o conciencia puede existir fuera del marco ideológico del Partido Comunista.
Más allá de la dimensión religiosa, lo que está en juego es la autonomía moral del individuo frente al poder político. Xi Jinping no sólo intenta controlar la expresión pública de la fe, sino también apropiarse de su territorio más íntimo: el alma. En ese sentido, la persecución del cristianismo en China no es una guerra contra una religión, sino contra la idea misma de trascendencia que desafía al Estado.
- Con información de Index on Censorship, una organización que aboga por la libertad de expresión a nivel mundial. Desde el 2008, su presidente es el autor, comunicador y comentarista John Kampfner, exeditor del semanario político británico New Statesman: https://www.indexoncensorship.org/
[i] https://www.infobae.com/america/mundo/2025/10/16/persecucion-religiosa-en-china-denunciaron-la-detencion-de-casi-30-pastores-y-feligreses-de-una-iglesia-protestante/
[ii] https://www.martinoticias.com/a/persecucion-comunista-caso-china-/155184.html
[iii] https://www.redalyc.org/journal/6917/691773015004/html/
[iv] https://www.substancechurch.com/alphamarriage/
[v] https://elpais.com/internacional/2018/02/01/actualidad/1517506418_654966.html
[vi] La «sinización» es el proceso por el cual individuos o sociedades no chinas adoptan o son asimilados a la cultura china, abarcando el idioma, las normas sociales y la identidad. Este concepto también se refiere a la política del gobierno chino para que las instituciones, especialmente las religiosas, se adapten a la cultura china y sus objetivos ideológicos. Sus implicaciones abarcan la adaptación de conceptos foráneos, el control ideológico y la promoción de una identidad nacional: https://lausanne.org/es/global-analysis/la-sinizacion-de-la-religion-en-china
[vii] https://www.ncregister.com/cna/china-is-removing-crosses-from-churches-replacing-images-of-christ-with-xi-jinping
[viii] https://www.dw.com/es/condenado-a-c%C3%A1rcel-pastor-cr%C3%ADtico-con-el-partido-comunista-chino/a-51833073
Carlos Hinojosa*
*Docente y escritor zacatecano
