Axis Mundi: «This is the end…»


Como especie, los seres humanos nos embarcamos en un proyecto muy radical en el siglo XVIII: empezamos a fantasear sobre una forma de estar en el mundo que nunca se había emprendido a una escala tan masiva. Comenzó con la promesa de libertad, igualdad y fraternidad, la promesa del individualismo, de la liberación de los grilletes de la autoridad tradicional. Primero, en Europa occidental, con la Ilustración y la Revolución Francesa, luego, esa promesa se generalizó en todo el mundo a través de procesos políticos y económicos, como en se intentó con la Independencia de México, a principios del siglo XIX.

Pero periódicamente, en los últimos 200 años, hemos visto erupciones de rabia y frustración de gente que siente que tales promesas están siendo traicionadas por las clases dominantes, como en la Revolución Mexicana. A menudo se trata de personas desposeídas, grupos desarraigados de las zonas rurales que hacen un viaje muy largo a la metrópoli moderna en pos de la promesa de dignidad, seguridad y estabilidad. Todas estas cosas no se realizan. Y así, en muchos países del mundo, a partir del siglo XIX, vemos a un gran número de personas que recurren a los demagogos o a diversos movimientos políticos que se oponen al poder establecido.

Esos líderes les ofrecen, precisamente, lo que las clases dominantes no han conseguido, que es la igualdad y la libertad, por ejemplo, en los Estados Unidos de Trump, el Brasil de Bolsonaro, en Italia, Polonia, Francia, donde las promesas de la modernidad liberal fueron asumidas por la extrema derecha. No es sólo la igualdad y la libertad de lo que realmente estamos hablando, también de la prosperidad, de la idea de que todo el mundo puede alcanzar el éxito, que los empresarios individuales, dependiendo de sus recursos, sus méritos, sus talentos, sus energías, pueden romper todo tipo de barreras y llegar a ser prósperos después de competir en el mercado con otros individuos.

Sin embargo, y esto es algo que todos los días contemplamos a nuestro pesar, la desigualdad ha crecido. Por ende, a medida que la promesa de igualdad se ha vuelto más seductora, la desigualdad se ha arraigado estructuralmente. Y lo que estamos observando en las últimas décadas es la explosión de este resentimiento, mismo que ha beneficiado a los movimientos de extrema derecha y a los demagogos. Ya lo hemos visto en los Estados Unidos, con los caprichos arbitrarios de una figura como Donald Trump, quien obviamente fue elegido con la ayuda de fake news, además de que hay un gran número de personas que creen en los mitos y teorías de la conspiración que el Gran Cheeto difunde por los diversos medios de comunicación que aún lo apoyan. Pero, al mismo tiempo, una gran parte de la prensa sigue siendo muy activa y libre de prejuicios, lo cual podría contener el daño causado por una figura como Trump. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de México, por ejemplo, donde las instituciones suelen ser propensas a transformaciones muy rápidas por parte de quienquiera que esté en el poder en un momento dado.

Todo lo anterior tal vez indica que estamos en el medio o al principio de una larga transición a otro paradigma de lo que significa ser humano. El proyecto de la modernidad se ha vuelto muy arriesgado. Como señalamos en una columna anterior, el peligro de que los países luchen guerras destructivas con armas nucleares sigue presente.[i] ¿Viviremos lo suficiente para que esas calamidades ocurran?, ¿qué pasará después? Nadie lo sabe, pero, como curiosamente lo señalan varias de las grandes religiones, hay una sensación de que estamos en una especie del final de una era.

Debemos señalar que no se trata sólo de la desigualdad económica, no entenderemos muchos de los síntomas de nuestra época si no comprendemos que, en realidad, nos embarcamos en un proyecto extraordinario a finales del siglo XVIII: vivir sin el consuelo y la seguridad de una autoridad trascendental. Como resultado, muchas personas hoy en día se sienten profundamente desorientadas y se ven atraídas por las fantasías de comunidad e identidad que ofrecen los grupos de Internet o los fundamentalistas que prometen todo tipo de garantías y consuelos. Incluso las fake news también son una especie de consuelo que ayudan a darle ‘sentido’ al mundo.

Realmente estamos viendo una especie de fragmentación de varias ideas que se habían acordado a finales del siglo XVIII, en el sentido de que nuestra sociedad se basaría en un cierto grado de consenso: no optaríamos por una autoridad trascendental, ni un monarca, lo que debiera decidirse lo decidiríamos entre nosotros, además de que habría un contrato social. Pero si nuestra sociedad se fragmenta al grado que lo ha hecho hoy, entonces es muy difícil llegar a un consenso. Se trata de un fenómeno mucho más grave que el de la desigualdad económica.

Por otra parte, retomando la referencia a las grandes religiones, podemos señalar al Papa Francisco como el representante más prominente de una gran tradición religiosa, alguien inteligente que ha diagnosticado muchos de los problemas a los que nos enfrentamos en el mundo de hoy.[ii] Y es posible que necesitemos cada vez más los recursos que una figura como el actual pontífice está ofreciendo, recursos que no fueron generados por la Ilustración. Nuestros marcos de análisis e interpretación necesitan ser ampliados y el Papa Francisco nos hace conscientes de tradiciones más amplias y filosóficamente más profundas que aquellas con las que estamos acostumbrados a trabajar. El núcleo de la doctrina del Papa se inclina mucho hacia la idea de comunidad, que no se basa en las ideas modernas. Y quizás ello sea parte de la piedra angular de un futuro que apunte hacia el «no individualismo».

Las tradiciones humanistas en Occidente son principalmente tradiciones seculares, que se enfocan demasiado en la capacidad humana de pensar por uno mismo y de actuar en el mundo sin demasiados compromisos éticos con los demás, algo que plantea serios problemas ahora que sabemos que el ser humano es un animal profundamente defectuoso e inestable, algo que las religiones y varios filósofos han sabido durante mucho tiempo. Así que, si hacemos los cálculos respectivos, concentrarnos demasiado en las posibilidades de un proyecto desarrollado por nuestra especie conlleva el riesgo de descubrir que es algo lleno de defectos.

Por otra parte, alguien como el Dalai Lama dice que en realidad no necesitamos a Dios: podemos tener una existencia ética sin necesidad de creer en la autoridad trascendental, o en una figura divina que nos castigará. Ser caritativo con los demás tiene sus recompensas en el mundo en el que vivimos, además, seguir ciertos códigos éticos que existen continúa siendo una noción relevante. Nuestros antepasados intentaron acabar con esas ideas y vivir a la luz de nuestra propia razón, lo cual resultó ser un proyecto muy complicado y lleno de angustia. Hemos sido testigos de acontecimientos sin precedentes en las primeras décadas del siglo XXI, por ejemplo, ¿qué fue lo que dio pleno dominio a la capacidad humana para la violencia, tanto en México como en casi todos los demás países? Es una pregunta con la cual las tradiciones, filosofías y religiones más antiguas constantemente han lidiado.

Es posible que la modernidad siempre haya estado equilibrada por algún tipo de corriente compensatoria. Tomemos el caso del socialismo, el cual, para muchas personas, era una promesa de justicia e igualdad, lo mismo que una promesa de solidaridad muy importante. Por ende, el socialismo trató de apoderarse de algunos de los aspectos éticos del cristianismo, ofreciendo un grado de compasión por los débiles y los pobres. Durante mucho tiempo, las ideas del socialismo sirvieron como una especie de influencia moderadora sobre la forma más dura y despiadada de la modernidad. Pero hemos deslegitimado sistemáticamente las ideas del socialismo en las últimas tres décadas, sólo porque los regímenes que se llamaban a sí mismos «comunistas», en Europa Oriental y Rusia, eran, en esencia, Estados policiales. Así que ahora hemos tenido un giro extraordinario de pensamiento: las grandes ideas atemporales de la humanidad —qué deberíamos estar haciendo en el mundo, cuál es el significado de la vida, etcétera— resulta que se pueden resumir en que la vida es un progreso y consumo materialista sin fin.[iii]

En vista del tipo de personas que actualmente se encuentran en el poder en el mundo, debemos tener una visión profundamente pesimista sobre la posibilidad de que surjan nuevas ideas de su parte. Pero, a pesar de todos los retos y condiciones adversas que enfrentan, las generaciones más jóvenes podrían devolvernos el optimismo. Son generaciones que han tenido una experiencia del mundo muy diferente y han llegado a ideas como el libre intercambio de información, así como la economía del compartir productos y conocimientos, que son reconociblemente socialistas, a través de una experiencia particular de injusticia e inseguridad.

Por primera vez en los últimos 200 años, hay una gran cantidad de personas que se enfrentan a la perspectiva de que el futuro podría ser considerablemente peor de lo que sus padres experimentaron.[iv] Hemos invertido miles de millones de vidas y casi todos los recursos de nuestro planeta en la idea del «progreso», y aquí están todos estos jóvenes que enfrentan un futuro muy incierto. Ahora están pensando en nuevas ideas, algo que cada generación debería haber hecho, pero fuimos demasiado perezosos para hacerlo.

La gente rara vez se da cuenta de las grandes consecuencias de sus actos, a menos que haya una crisis, como la que hemos experimentado casi continuamente en las últimas décadas —crisis políticas, financieras, humanitarias—, sólo así las personas centran su atención en lo que debe hacerse. La mayoría estamos contentos de vivir nuestras existencias y mantener un mínimo de decencia en nuestras relaciones con otras personas. Pero, al mismo tiempo, fuerzas más grandes están en marcha y los individuos no tenemos mucho control sobre ellas.

Es sólo ahora que nos hemos dado cuenta del papel que juegan los medios de comunicación para crear una paranoia sobre la inmigración y el terrorismo. Grupos de poder manipulan las sensibilidades de las personas agraviadas por las desigualdades económicas y sociales. Les hacen pensar que debe culparse a un conjunto particular de personas, ya sean los inmigrantes, los refugiados o la comunidad musulmana. Estas acciones se acumulan con el tiempo y crean un ambiente en el que se hacen posibles cosas como la presidencia de Donald Trump, el Brexit y el aumento de los crímenes de odio.

Lo que hemos visto hasta ahora en el mundo posterior a la Caída del Muro de Berlín, en 1989, es un grado casi criminal de complacencia y fantasía, del cual fue vocero, en México, el expresidente Carlos Salinas de Gortari, cuando anunciaba que «la marea creciente de la globalización levantará todos nuestros barcos y decenas de millones de personas saldrán de la pobreza». La gente en posiciones de poder —en los medios de comunicación, en los negocios, en la política— ha estado cantando el mismo tono sin apartarse del guion, así que todos hemos escuchado dicho coro ensordecedor durante décadas. Lo sentimos mucho, pero, como ya deberíamos de saber, todo eso son puras fantasías que nunca van a suceder. Hemos estado viviendo un estado de intoxicación ideológica, del cual necesitamos despertar para enfrentar los problemas que tenemos por delante, en el poco tiempo que le queda a nuestra especie.[v]

Notas de referencia:

[i] https://tropicozacatecas.com/2019/03/23/guerra-nuclear-el-monstruo-sigue-ahi/

[ii] Como podemos apreciar en el genial documental de Wim Wenders, Francisco, un hombre de palabra (2018): https://www.youtube.com/watch?v=nOiXNut3p6g

[iii] https://tropicozacatecas.com/2018/06/10/axis-mundi-el-triunfo-del-compro-luego-existo/

[iv] https://tropicozacatecas.com/2018/11/04/axis-mundi-bienvenidos-a-la-era-de-la-extincion/

[v] https://www.excelsior.com.mx/global/advierten-que-en-dos-anos-la-tierra-sera-un-desastre-por-cambio-climatico/1312170

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