Como bien saben los amables lectores, hay años que se viven como capítulos de la historia, otros, como rupturas, y luego está el 2025, un año que no se dejó comprender del todo, que avanzó con la lógica fragmentada de un sueño inquietante, como si la realidad hubiera decidido narrarse con el lenguaje de David Lynch. No es sólo una metáfora estética: es una sensación compartida. Algo en el aire —en las noticias, en la política, en la tecnología y en la vida cotidiana— se volvió extraño, opaco, perturbadoramente familiar.
La muerte de David Lynch en enero de 2025 funcionó como un detonante simbólico. Lejos de cerrar su influencia, su ausencia pareció intensificarla. Como ocurre en su icónica serie Twin Peaks (1990-91),[i] cuando descubrir al asesino de de Laura Palmer no resuelve el misterio, sino que lo expande, la partida de Lynch obligó a mirar el mundo con las herramientas que él nos enseñó: sospechar de la superficie, desconfiar de la normalidad, atender a lo que vibra debajo de lo evidente.
Así, el 2025 fue un año donde lo absurdo dejó de sorprender: avances tecnológicos vertiginosos, inteligencias artificiales que imitan lo humano con inquietante precisión, conflictos geopolíticos que se superponen como capas de una pesadilla mal editada, y noticias que parecen escritas por un guionista con gusto por lo grotesco. La sensación general fue que la realidad empezó a comportarse como una ficción mal iluminada, donde lo lógico ya no garantiza sentido.
Este desdibujamiento entre lo normal y lo bizarro es profundamente lynchiano. En sus narraciones audiovisuales, lo extraño nunca irrumpe de golpe: se filtra. Un café demasiado perfecto, una sonrisa que dura un segundo más de lo debido, un pueblo aparentemente idílico que esconde horrores insondables. Así se vivió 2025: no como un colapso súbito, sino como una acumulación de rarezas normalizadas.
No puede negarse que la incertidumbre fue la emoción dominante del año: crisis políticas sin desenlace claro, angustias climáticas que ya no pertenecen al futuro sino al presente, y una vida cotidiana atravesada por la ansiedad y la precariedad. No hubo grandes respuestas, solo más preguntas. Como en Mulholland Drive (2001),[ii] uno siente que algo no encaja, pero no sabe exactamente qué ni cómo arreglarlo.
Lynch entendía que el verdadero horror no es el monstruo, sino la falta de explicación. 2025 se sintió así: un enigma persistente, un relato sin cierre, donde cada intento de interpretación abre nuevas grietas.
Recordemos que uno de los grandes temas de Lynch —y quizá el más vigente— es la dualidad humana. La fachada de orden, éxito y progreso frente a la violencia, la adicción, la corrupción y el vacío existencial que se esconden detrás. En 2025, esa contradicción fue imposible de ignorar. Sociedades que se venden como modernas y eficientes mientras conviven con niveles alarmantes de brutalidad y pobreza, discursos de «bienestar» —como ocurre ad nauseam en nuestro país— que ocultan agotamiento colectivo.
En este sentido, Twin Peaks nunca fue solo una serie sobre un asesinato, sino sobre una comunidad incapaz de mirarse honestamente. Hoy, el mundo parece ese pueblo: sonriendo hacia afuera, descomponiéndose por dentro.
Como podemos apreciar, la muerte de Lynch no cerró su obra: la activó. El resurgimiento de sus películas, las conversaciones sobre proyectos inconclusos —como aquella serie largamente rumoreada con Netflix—[iii] y la relectura de su filmografía hicieron que su estilo se sintiera menos como una influencia artística y más como un comentario directo sobre el presente.
Como si Lynch, incluso ausente, continuara señalando: «esto siempre estuvo aquí, sólo ahora están listos para verlo». El mundo alcanzó, tarde y a la fuerza, la frecuencia de sus obsesiones.
Pero quizá lo más perturbador del 2025 fue la normalización de lo inquietante: la violencia repetida hasta el cansancio, el cinismo como mecanismo de defensa, y una generación que vio cómo sus sueños creativos y políticos se transformaron en pesadillas funcionales. Lynch siempre filmó el trauma no como un evento aislado, sino como algo que se hereda, que se filtra en los sueños, que deforma el deseo.
Hoy, ese horror ya no necesita música ominosa: vive en la rutina, en las omnipresentes pantallas, en el cansancio colectivo.[iv]
De esta forma, decir que el 2025 se sintió como una película de David Lynch no es un gesto estético ni un homenaje superficial. Es reconocer que el mundo se volvió más honesto en su extrañeza, más cruel en sus contradicciones y más humano en su fragilidad. Lynch nunca explicó el mal: lo mostró respirando junto a lo cotidiano.
Por eso, al cerrar el año, la sensación no es de claridad, sino de eco. Como un sueño del que no se despierta del todo. Como una habitación roja donde las respuestas hablan al revés. 2025 no fue sólo un año extraño: fue un espejo. Y, como en los relatos de Lynch, lo verdaderamente inquietante fue reconocernos en él.
[i] https://www.fotogramas.es/series-tv-noticias/a32637363/twin-peaks-donde-ver-serie-david-lynch/
[ii] https://www.esquire.com/es/actualidad/cine/a36669672/mulholland-drive-final-explicado-david-lynch/
[iii] https://www.infobae.com/espana/cultura/2025/06/18/salen-a-la-luz-nuevos-detalles-sobre-la-serie-de-david-lynch-con-netflix-que-nunca-pudo-terminar-queriamos-ir-en-ese-viaje-creativo-con-este-genio/
[iv] https://filco.es/sociedad-del-cansancio-byung-chul-han/
Carlos Hinojosa*
*Escritor y docente zacatecano
