Carlos Hinojosa*
*Escritor y docente zacatecano
En el cuento Los teólogos, Jorge Luis Borges reflexiona sobre la controversia que provocó en el pensamiento de la época de los primeros siglos del Cristianismo la idea de que el tiempo no era cíclico, como manejaron varias culturas en todo el orbe, sino que todo tenía un inicio, la Creación, del cual partía una línea recta en dirección a la consumación de los tiempos en el Juicio Final.
Agustín había escrito que Jesús es la vía recta que nos salva del laberinto circular en que andan los impíos; Aureliano, laboriosamente trivial, los equiparó con Ixión, con el hígado de Prometeo, con Sísifo, con aquel rey de Tebas que vio dos soles, con la tartamudez, con loros, con espejos, con ecos, con mulas de noria y con silogismos bicornutos. (Las fábulas gentílicas perduraban, rebajadas a adornos).[i]
Como comprobaron Cortés y sus hombres, al encontrarse frente a frente con la civilización azteca, la llegada de los conquistadores estuvo anunciada por toda suerte de presagios, desde la aparición de un cometa hasta manifestaciones de un espectro femenino que se lamentaba por el destino de sus hijos, circunstancia que es la base de la leyenda de La Llorona, una aparición fantasmal que derrama su llanto anunciando la muerte de alguien, característica que hermana este fenómeno con la Banshee irlandesa.
Sin embargo, lo más sorprendente, y que ayudó sobremanera a que los españoles derrotaran a un adversario que los superaba ampliamente en número, fue que la llegada de Cortés coincidió con la fecha en que estaba pronosticado que se cumpliera el ciclo que señalaba el regreso de Quetzalcóatl, la deidad blanca y barbada que tiempo atrás abandonó las tierras del Anáhuac, anunciando su retorno.[ii] Todo ello nos habla de una cosmovisión tan estrechamente ligada con su entorno que aun era capaz de presentir los cambios que se avecinaban, como las ondas generadas por una piedra arrojada en la orilla de un estanque.
De acuerdo con el Nobel francés JMG Le Clézio, en su obra El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido, la gran pregunta que nos plantean las culturas indígenas de México es ésta: ¿cómo habrían evolucionado tales civilizaciones y religiones?, ¿qué filosofía se habría desarrollado en el Nuevo Mundo si no hubiera ocurrido la destrucción de la Conquista? Al devastar estas culturas y aniquilar, de manera tan completa, la identidad de dichos pueblos, ¿de qué riqueza nos privaron los invasores europeos?
En este sentido, los vencedores españoles y portugueses, así como franceses y anglosajones, que dominaron el continente americano, no sólo son responsables de la destrucción de las creencias, el arte y las virtudes morales de los pueblos capturados. Por una especie de contragolpe que ellos mismos nunca imaginaron, provocaron un profundo cambio en nuestra cultura actual, ya que ellos fueron los primeros emisarios de la civilización utilitaria y oportunista que hoy se ha extendido por todo el mundo, la cual, para desgracia de la humanidad, ha sustituido a las demás filosofías, con los resultados que estamos padeciendo, como el cambio climático y la extinción masiva de especies que está provocando.
Mucho se ha reflexionado sobre la desigualdad de las culturas en el momento en que se enfrentaron de golpe, en el Nuevo Mundo, pueblos neolíticos contra soldados con corazas y cañones del Renacimiento. Si, por un lado, como manejan muchos apasionados del maniqueísmo de la historia «oficial», es verdad que el choque de las culturas fue, sobre todo, un choque de técnicas, cabe recordar, no obstante, todos aquellos campos en los que las civilizaciones amerindias —sobre todo las mexicanas— iban por delante de Europa: medicina, astronomía, irrigación, drenaje y urbanismo.
Sin embargo, hay que recordar ese aspecto, desconocido entonces en Europa y que, para nosotros, tiene ahora un valor capital: la armonía entre el ser humano y el mundo, ese equilibrio entre el cuerpo y el espíritu, la unión del individuo con la colectividad, que eran la base de la mayoría de las sociedades amerindias, desde la jerarquizada del Anáhuac hasta las nómadas de Aridamérica, es decir, nuestros guachichiles, zacatecos, yaquis, tarahumaras, pimas y apaches.
En su obra, imprescindible para valorar realmente a nuestros antepasados, Le Clézio dedica un extenso apartado al estudio de los grupos guerreros del norte de Mesoamérica, encontrando una similitud en todos ellos: una estructura colectiva que daba gran valor a la libertad y los designios del chamán. Una sociedad donde los sueños y los estados alterados de la mente —gracias al peyote, toloache y otros vegetales de propiedades alucinógenas— tenían idéntica validez a lo percibido durante la vigilia.
En el caso del chamanismo, es todo lo contrario. Aquí la piedra angular de todo el edificio es la convicción de que lo sobrenatural existe en realidad. Más que una mera existencia, se cree que se trata de la dimensión mayor y preeminente, la cual llega a tener una profunda influencia en todos los otros niveles de la realidad. Desde la perspectiva de las culturas chamánicas, nadie discute que debemos tomar en consideración a lo sobrenatural, y hacer todo lo posible para aprender todo lo que se pueda sobre esta dimensión, si queremos llevar una vida plena y equilibrada como criaturas materiales en la tierra física[iii]
Fueron tales características las que impidieron la total asimilación de estos pueblos, ya que, a pesar de haber aceptado en un principio la evangelización, al descubrir el poco apego de los conquistadores por los preceptos cristianos, se rebelaron una y otra vez, en una auténtica guerra santa contra los invasores que sólo concluiría con el salvaje sometimiento de las tribus apaches y los levantamientos milenaristas del norte de México, donde la visión chamánica indígena entró en un sincretismo con el catolicismo popular, como ocurrió en el caso de Tomóchic, Chihuahua, a finales del siglo xix, donde, como lo maneja Paco Ignacio Taibo II, se dio el enfrentamiento entre el «progreso» del Porfiriato contra el «gran poder» de Dios, simbolizado por la Santa de Cabora, Teresa Urrea.
NOTAS:
[i] Jorge Luis Borges, El aleph, Madrid, Alianza Editorial, 1998, pp. 15-16.
[ii]http://codex.colmex.mx:8991/exlibris/aleph/a18_1/apache_media/KISD419TUNJ9HSNR3EUAMN99G5RMEL.pdf
[iii] «In the case of shamanism, everything is quite the opposite. Here the bedrock of the entire edifice is the conviction that the supernatural does exist. More than merely existing, it is believed to be the senior and pre-eminent dimension and to have a profound influence on all other levels of reality. From the perspective of shamanic cultures, no one disputes that we need to take proper account of the supernatural, and make every effort to learn what we can about it, if we wish to lead full and balanced lives as material creatures on the physical earth», Graham Hancock, Supernatural: Meetings with the Ancient Teachers of Mankind, New York, Disinformation Books, 2006, p. 94.
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