Axis Mundi: El triunfo del «compro, luego existo»


En vista del triunfo de la sociedad de consumo, alguien podría señalar que cualquiera que sea su racionalidad, ésta no se asienta, en rígida oposición con la sociedad de productores de la modernidad, en la universalización del pensamiento y acción racionales, sino en el reino de las pasiones irracionales —justamente como la rutina descansa en el abastecimiento del deseo de diversión, la uniformidad en el reconocimiento de la diversidad, y la conformidad en los agentes de liberación—. Es decir, la racionalidad de la sociedad de consumo está construida sobre la irracionalidad de sus actores individualizados.

Muchos estudios sobre escenarios y hábitos de consumo presentan una misteriosa reminiscencia con las novelas de detectives: en los relatos sobre el nacimiento y ascenso de la sociedad de consumo, las tramas tienden, sin descanso, hacia el desenmascaramiento del (los) culpable(s) detrás de esta intriga. Casi no hay una narración, producida por los grandes magnates de los medios de comunicación, sin uno o varios villanos actuando tras bastidores, ya sea una conspiración de mercaderes, las intrigas maliciosas de sus secuaces publicitarios o un lavado de cerebro orquestado a escala global. Explícita o implícitamente, los compradores/consumidores emergen de estos relatos como las víctimas de un daño cerebral colectivo, víctimas crédulas y engañadas por una hipnosis de multitudes.

¿Acaso será así?, ¿detrás del estado de cosas que nos rodea se encuentra una mente o mentes maquiavélicas? o, ¿tal vez sólo se trata de un mecanismo de adaptación de la especie humana, ante las cambiantes circunstancias de su entorno, como en las teorías de la selección natural y de la evolución? Porque, tal como lo ha señalado Lipovetsky, tras el fin de las utopías comunistas y de los factores culturales y sociopolíticos que limitaban al hiper–capitalismo y su engendro, el hiper–consumo, a lo que debemos agregar el fin de la cultura como tal que estamos padeciendo, lo que resta es un triste escenario sin muchas alternativas para el ser humano, al que sólo le queda arroparse en esa «frase afortunada» de Guadalupe Loaeza, que resume el viraje experimentado por la cultura, de la dictadura de la razón a la del mercado, «compro, luego existo».

[…] por un lado liberación de antiguas dependencias, liquidación de límites, de ataduras que impiden la libre búsqueda de la felicidad por parte de cada cual, por el otro arraigo nuevo en la posibilidad ilimitada, que despierta en cada cual el deseo agotador de perseguir todas las oportunidades, convenciéndolo de que la vida personal no conoce límites, incluso incitando a cada cual a que se comporte así, a que desee moverse sin descanso.[i]

Obviamente que han existido y existen reacciones contra esta cultura del hiper–consumismo. Uno podría, quizás, querer totalizar las acciones de los activistas a favor de los derechos de los animales, los voluntarios que realizan trabajo comunitario, manifestantes callejeros y contra las compras excesivas, incluso, en un caso extremo, los anoréxicos, como un frente unido por su deseo de resistir los excesos del hiper–capitalismo (a veces motivado por las grandes corporaciones que medran en éste) con respecto al aceleramiento de la forma de vida, la dependencia de los vehículos a base de derivados del petróleo, los supermercados y grandes complejos comerciales, la actividad de comprar en sí misma.

Podríamos movernos en dicho sentido, caracterizando las reacciones contra la «red consumista global» como un gigantesco sistema de información, protesta y planeación, un sistema que, como en su momento Anonymous, se puso en marcha con actividades e ideas que cruzaban las fronteras nacionales y generacionales, como se ha percibido en las multitudinarias manifestaciones contra Donald Trump y la corrupción en varios gobiernos latinoamericanos y asiáticos, por referirnos a algunos casos que aún están aconteciendo al momento de escribir estas notas.

Aunque también está el gemelo maligno de este ciber–activismo, que es el ciber–espionaje a escala planetaria practicado por Estados Unidos a través del emblema por antonomasia de la cultura–mundo, Internet y sus gigantes corporativos: Google, Facebook, Microsoft, Apple. Escándalo de proporciones inconmensurables dado a conocer por un analista que trabajó en tan cuestionable actividad, Edward Snowden, reclamado con ferocidad por el Estado yanqui que, tal como lo anticipara Oliver Stone, en su serie de televisión —que debió ser de obligada transmisión en señal abierta y que sólo se pudo ver por el canal restringido ShowtimeThe Untold History of the United States,[ii] avanza a pasos agigantados en la construcción de un imperio tecnológico que busca el avasallamiento y uniformidad de todos los seres humanos, como, dicho sea de paso, fue pronosticado y alertado en su momento por grandes escritores de anticipación, por ejemplo, nuestro nunca bien ponderado Philip K. Dick. «La cultura–mundo se mete en todo, por norma, con todos, y no respeta nada; desculturización, en este sentido, destrucción de las distancias, de las diferencias, de las distinciones y de su sentido, que son el alma de las culturas humanas».[iii]

Y lo paradójico es que necesitamos de Internet y sus engendros para organizar algún tipo de resistencia contra la Bestia que trata de avasallarnos inmisericordemente. Estas paradojas, alianzas tácticas y metamorfosis enemigo/amigo parecen ser propias, como lo señalaba Zigmunt Bauman,[iv] de una época donde la existencia ya no puede ser vivida como un proyecto. Al parecer, cualquier persona puede experimentar los terrores y delicias de una gama entera de identidades post–modernas en un mismo periodo de vida: ahora soy un «paseante», después, un «turista», luego un «jugador» y he aquí que terminamos como un homeless, un «sin techo».

En este contexto, no debería sorprendernos de encontrarnos a nosotros mismos manifestándonos en contra del hiper–capitalismo e hiper–consumismo en ciertos escenarios, y disfrutando de las «bondades» del actual establishment, en otros. Todo ello nos hace preguntarnos si acaso existirá un espacio más allá de la tiranía del mercado, en vista del estado que guarda la cultura y todo lo que gira o giraba en torno a ésta. A este respecto, Fuat Firat y Aladdi Venkatesh comentan:

Por lo tanto se hace necesario identificar un espacio social más allá del alcance del mercado, posicionando al consumidor en el «mundo vivo» y fuera del sistema de mercado […] La verdadera emancipación del consumidor puede materializarse si ella o él son capaces de moverse en esos espacios sociales sin el perenne panóptico del mercado.[v]

NOTAS DE REFERENCIA:

[i] Gilles Lipovetsky y Hervé Juvin, El Occidente globalizado, Barcelona, Anagrama, 2010, p. 110.

[ii] http://www.lashorasperdidas.com/index.php/2012/11/12/the-untold-history-of-the-united-states-por-oliver-stone-2/

[iii] Ibid., p. 119.

[iv] Zigmunt Bauman, Postmodernity and Its Discontents, Oxford, Blackwell, 1997.

[v] A. Fuat Firat & Aladdi Venkatesh, «Liberatory Postmodernism and the Reenchantment of Consumption», http://www.bus.iastate.edu/amt/Readings/MGMT%20601/Firat%20and%20Venkatesh%20postmoder%20mark%20reenchantment%20of%20consumption%20JCR.pdf.

Carlos Hinojosa*

*Escritor y docente zacatecano

 

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