Brujería negra: Mujeres olvidadas (Parte 1)


Hipatia en ‘La escuela de Atenas’. Fresco de Rafael Sanzio (1509-1510).

… ahora, para mis amigas,

cantaré bellamente dulces cosas

(Safo, Poemas, fr. 7, p. 33).

¡La mujer es el futuro de esta decadente sociedad!, gritó una virreina hace ya muchos ayeres; dijo mi comadre Mary Wollstonecraft que “muchas” mujeres a lo largo y ancho del mundo han mandado al diablo la figura de un marido omnipotente, se han arriesgado —bajo pena de miles de oprobios— a retornar a la razón y recuperar las prerrogativas robadas, en resumidas cuentas, sentenció: “alzarse por encima de las opiniones de los hombres” (Vindicación de los derechos de la mujer, 5, p. 171).

Aseguró Hipólito:

¡Que nunca haya en mi casa una mujer más inteligente de lo que es preciso! Pues en ellas Cipris prefiere infundir la maldad; la mujer de cortos alcances, por el contrario, debido a su misma cortedad, es preservada del deseo insensato (Eurípides, Hipólito, 640-645).

Y finaliza: “… nunca dejan de hacer el mal. ¡O que alguien las enseñe a ser sensatas o que se me permita seguir insultándolas siempre!” (665). ¡Pendejo! ¿Quién le dio permiso de insultar?

Tengamos claro que la pasión de la mujer es más violenta y posee más locura que la del hombre (Ovidio, Arte de amar, I, 340); Hesíodo (frs. 275) comentaba que, de diez dimensiones, el hombre sólo goza una, mientras que la mujer nueve. Entre los pitagóricos hubo varias mujeres que filosofaron con libertad, a sus anchas, por ejemplo, Perictione, Teano, Fintis, Myia y Melisa; también en el epicureísmo las hubo, Hedea, Mammarion, Nicidión, Leonción, Temisa y Eroción, supuestas cortesanas (forma bonita para no decirles Putas); situación que no podía haber entrado en el cerebro griego de la época (Onfray, Las sabidurías de la antigüedad, p. 213). En ese mismo tiempo vivió la gran poetisa Telesila. Nos dice Onfray que la huella femenina en la filosofía del mundo griego clásico es prácticamente nula, además, oculta. En cuanto a la filosofía cínica, sólo nos ha llegado el nombre de una mujer: Hiparquia. Ella gustaba de fornicar en público con Crates, pero eso no la rebaja ni mucho menos, ¡tenía voluntad y era tenaz!, “no era solamente la histérica y ninfómana (…) también era filósofa” (Onfray, Cinismos, p. 184). Una ocasión, nos dice Onfray, dejó mudo a Teodoro el Ateo, éste loco se conformó con alzarle las faldas, cuestión que para nada incomodó a Hiparquia.

Recordemos, aunque sea sólo por un instante, un flachazo, a las poetisas orientales Ts´ai Yen, de finales del siglo II; a Li Qingzhao, de la misma época.

Otra gran mujer fue la emperatriz filósofa Julia Domna (170-217). Autodidacta, fue de las pocas mujeres de su tiempo instruida en retórica. Se dedicó a patrocinar las artes. Ella fue la que encargó a Filostrato escribir la vida de Apolonio de Tiana.

Y claro, no olvidemos a Safo de Lesbos, mi Safo, la muy mujeriega, la loca, la puta. Ella vivió de sus poemas, fue desterrada en tres ocasiones por asuntos políticos. Fundó una de las primeras escuelas para mujeres, a la que bautizó como Casa de las Musas, ¡bendita mujer! Safo habla de la complejidad del mundo y de la intimidad y profundidad del amor; la dulzura de sus poemas fue proverbial, vocálica, sencilla y riquísima; se refiere sólo a cuestiones concretas, dejando de lado las metáforas, haciendo uso de contrastes y oposiciones. Arguye Stuart Mill que los griegos siempre contarán con Safo entre sus más destacados poetas, e igualmente a Myrtis, que fue maestra de Píndaro; también está Corina, la cual ganó cinco veces el premio de versificación en competencia contra Píndaro.

Ni tampoco olvidemos a la pensadora Hipatia del siglo V, brutalmente asesinada por una horda de cristianos.

En el siglo XVI, doña Josefa Antonia Gallegos fundó una de las primeras escuelas para doncellas en América.

Igualmente, santa María Magdalena Postel fundó una escuela para mujeres, en ella enseñó cálculo, escritura y labores.

Casos hay extraordinarios como el de la monja Egeria, abadesa de un monasterio en Galicia en el siglo IV. Fue de las primeras monjas que nos deleitaron con sus escritos. Realizó un largo viaje a Tierra Santa. Desde Constantinopla hasta Mesopotamia, la monja describió todo lo que veía en forma de cartas que mandaba a sus hermanas religiosas.

También hay que tener en cuenta a la primera poetisa arábigo-andaluza, Hassana al-Tamimiya, por allá en el siglo VIII. Otras poetisas de los mismos lares fueron la princesa Wallada y sus discípulas Muhya y Al-Qurtubiyya.

Igualmente recordemos a Teresa de Cartagena, vivió en el siglo XV. Pionera de la defensa de las mujeres con su Arboleda de los enfermos. A los quince años ingresó al convento franciscano de Santa Clara, tiempo después se trasladó al convento de Santa María la Real de las Huelgas. En esos momentos quedó sorda a causa de graves enfermedades que la atacaban impunemente.

Santa Gertudris, llamada La Grande, se dedicó a estudiar y conocer la cultura de su tiempo, siglo XIII, sin descuidar los asuntos espirituales para no levantar sospecha. Fue apoyada por su priora, la hermana Matilde.

Estas mujeres, desgraciadamente, han sido olvidadas, no se lee sobre ellas, mucho menos sus propias obras. ¡Hermosa época que nos tocó vivir!

 

Julieta Villa,

9 diciembre de 2022.

 

Algunas referencias

Safo (1986). Poemas. Carlos Montemayor (Ed.). México: Trillas.

Mary Wollstonecraft (1792/2018). Vindicación de los derechos de la mujer. España: Ediciones Cátedra.

Michel Onfray (2007). Las sabidurías de la antigüedad. Contrahistoria de la filosofía, I. En M. A. Galmarini (Trad.). España: Anagrama.

Filostrato (1992). Vida de Apolonio de Tiana. España: Gredos.

 

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