Brujería Negra — Sor Juana: Entre la imagen y el recuerdo


En el marco del Día Nacional del Libro, instaurado desde 1979 en el marco del nacimiento de Sor Juana Inés de la Cruz (1651), me pregunto: ¿será cierto lo que nos dice Marquina (2016), que la imagen no tiene ni tiempo ni espacio? Espero que conozcan a la de la imagen.

Pongo sobre el banquillo de los acusados a todo aquel que diga que los ojos de una persona nos dicen mil cosas sobre esa misma persona, no, los ojos no dicen nada, lo que dice algo son los gestos que hay en torno a esos ojos, a esa mirada. Ahora vemos los gestos de la cara, la posición de las manos, y en este caso, el gusto y la habilidad del pintor.

Ya que, pongámonos a pensar un poco, veamos a Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana (aún no era sor) —, no veamos sólo este gesto facial que, en lo personal, me fascina, desafiante, burlón, democríteo, escéptico.

Y si la veo por algunos minutos entró en éstasi, como diría santa Teresa, y pues, para qué quieren—, en fin, nosotros estamos sujetos, atados a la mirada del pintor en turno, él la vio así, yo la hubiera visto diferente, es más, yo no hubiera gastado mi tiempo pintándola, yo hubiera… hubiera… pues, hecho otras cosas con ella.

En este tema posmoderno de las imágenes hay más dudas que respuestas, como todo tema digno de discusión, por ello, ¿qué veo? ¿Qué le veo a Juana? ¿A la que sería en unos años sor Juana en un convento de ricos? ¿Veo un libro en la mano? ¿Un vestido estrafalario, bonito para esa época? No, veo a una mujer erudita, inteligentísima, incansable lectora desde los tres años, veo a una mujer que nació en una época desafortunada, un tiempo que simplemente no merecía el honor de tenerla.

Poco faltó para que el Monstruo que era la Santa Inquisición (que de santa tenía lo que yo de creyente) la atrapara y juzgara según sus divinos designios; ella misma dijo en una hermosa carta que no quería ruido con la inquisición; poco faltó para que la quemaran como a Margarita Porete, aquella mujer, también muy lista, que escribió El espejo de las almas simples, ella no se salvó, ardió en las irracionales llamas cristianas. Igualmente, por los mismos años ardieron bajo ese dizque justiciero fuego curativo, Ana de León Carbajal, María de Rivera, entre algunas más.

Comenta Rosario Castellanos en un interesante libro titulado Mujer que sabe latín: “sor Juana, no habrá manera ni de clasificarla ni de asimilarla ni de colocarla” (p. 27).

Pero volvamos al tema de la imagen; la imagen vive, dice Marquina (2016), cuando el individuo la ve, existe en la mirada del espectador y adquiere significado en la elación con el otro, en la convivencia social; por tanto, por lo menos en estos minutos, le estamos dando vida a la imagen de Juana Inés de Asbaje, la estamos recordando, le estamos dando significado no sólo a su imagen, sino a todo lo que ella desborda, su vida, sus poemas, su convento, sus amigas, su cartas, sus disputas con el arzobispo Francisco Seijas cuando éste le quitó su biblioteca, ya que hubiera una mujer que pensara, ¡qué afrenta a las buenas y católicas costumbres!, era absurdo, no podía ser; nuestra monja reclamó a los hombres:

Que no solo á las mujeres (que por tan ineptas están tenidas) sino á los hombres (que con solo serlo, piensan que son sabios) se avia de prohibir la interpretacion de las Sagradas Letras, en no siendo muy doctos, y virtuosos, y de ingenios dóciles, y bien inclinados (Fama, y obras posthuvmas, tomo tercero, p. 42).

Además, hubo algunos personajes que aseguraban que Juana era hombre, un hombre que gustaba de vestirse de mujer, es decir, no sólo “percibimos” la imagen per se, sino todo lo que hay y hubo detrás de esta imagen; en efecto, la imagen no tiene tiempo. No es razonable que la imagen de un conocido nos cause lo mismo que la de un desconocido. Keith Moxey (2003) define el tema de los estudios visuales como la localización de una imagen en el ambiente de los procesos creadores de significado que llegan a constituir su contexto.

Retomando a nuestra monja, porque ya estaba en el convento de San Gerónimo cuando le quitaron sus libros, dijo: “Mis actividades intelectuales como mujer y religiosa están justificadas, y les digo, aunque no tenga libros, ya no necesito más de libros para seguir pretendiendo, sino que me basta con la observación de la Naturaleza y las personas”; dice en un verso, una loa al conocimiento:

 

si es culpable mi intento,

será mi afecto preciso;

porque es amarte un delito

de que nunca me arrepiento.

 

En las cartas que mantuvo con sor Filotea, que en realidad era el padre Santa Cruz (a éste creo que sí le gustaba vestirse de mujer). Santa Cruz le pedía a la monja que dejara de escribir literatura profana, y que se dedicara más a la teología. La respuesta de nuestra monja fue brillante, le dijo que no escribía demasiado acerca de cuestiones divinas, porque corría el riesgo de caer en la herejía, mientras que si se dedicaba a las cosas humanas y terrenales, el peligro era nulo. A final de cuentas, no resultó tan nulo. Además, decía sor Juana que no escribía por su voluntad, a excepción de un papelillo (así lo llamó) que nombraron El sueño.

Tristemente es poco recordada, mejor dicho, injustamente, más allá de su rostro en un billete, “una sorjuana”, nos dicen los tránsitos cuando nos pasamos un alto.

Pocos la conocen, pocos han leído su obra, su incesante obra.

Otro de sus versos dice así:

 

La vida con el veneno,

la misma muerte, que vivo,

es la vida con que muero (Fama, y obras posthuvmas, tomo tercero, p. 136).

 

Esto es más o menos lo que se me viene a la mente cada vez que me regocijo con esta imagen.

 

Julieta Villa

Puedes compartir esta noticia en tus redes sociales.
Previous Conmemoran con éxito el Día del Libro en Fresnillo
Next Axis Mundi: Graham Hancock y la civilización perdida