Una tarde de junio de hace veinte años, más de tres millones de escolares chinos presentaron el Gaokao, el examen nacional de ingreso a la universidad. Los temas para desarrollar por medio de un ensayo, en años anteriores, habían sido patrióticos, «la escena más conmovedora del Gran Salto Adelante» (1958), o prosaicos, «probar cosas nuevas» (1994), pero, en 1999, la cuestión del ensayo era una visión del futuro: «¿Y si los recuerdos pudieran ser transplantados?».
Chen Quifan, cuyo nom de plum en Occidente es Stanley Chen, señala que ese fue el momento en que nació la ciencia ficción china moderna. «A principios de ese año hubo un artículo sobre el mismo tema en la mayor revista de ciencia ficción de China, Science Fiction World. Fue una coincidencia, pero muchos padres pensaron: ‘Está bien, leer ciencia ficción puede ayudar a mis hijos a ir a una buena universidad’».[i] La circulación de dicha revista se disparó, ya que cientos de miles de nuevos lectores comenzaron a explorar un género que anteriormente había sido clasificado como literatura infantil. Entre tales lectores estaban Chen y otros aspirantes a escritores que luego enviarían relatos a la publicación, y eventualmente realizarían novelas. Esta nueva generación de autores de ciencia ficción se ha vuelto muy popular en China y, cada vez más, en el resto del mundo.
Así como el rápido cambio tecnológico y sociológico de mediados del siglo XX creó las condiciones para que escritores como Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Ray Bradbury y James Blish exploraran las posibilidades sugeridas por la carrera espacial y la física nuclear, los cambios masivos experimentados por China en la última generación han creado nuevos mundos para que sus escritores los exploren.
Para los lectores de esta parte del mundo, la ciencia ficción china es tentadora porque toma lo que creemos que sabemos de la China moderna y lo amplía hasta el infinito: la extraña combinación de la historia antigua y la vanguardia en el cambio electrónico —que ha hecho que gente como Trump se orine del miedo ante la ventaja de Huawei en la red 5G—, las ciudades que surgen en meses, la enorme escala del país y su vasta población. En las primeras escenas de La Tierra errante, de Liu Cixin, los motores del tamaño de montañas impiden que el mundo gire, y nuestro planeta escapa del sistema solar mientras el astro rey se convierte en una gigante roja. Por cierto, esta novela corta de Cixin fue llevada al cine con gran acierto, este 2019, por Frant Gwo y ya se encuentra disponible en Netflix.[ii] Ante este tipo de premisas, mucha de la ciencia ficción occidental comienza a parecer casi «provincial».
Otra cuestión que debemos de destacar es que, pese a la férrea censura y control del régimen comunista, estos autores también juegan con nuestros miedos cuando pensamos en China: el Estado paranoico y el temor que traen los cambios vertiginosos, como recuerda Chen: «cuando yo estaba en la escuela secundaria, sólo unas pocas personas podían usar una PC, muchas menos podían acceder a Internet. Pero, ahora, China es una sociedad libre de dinero en efectivo, puedes usar tu teléfono móvil para reservar cualquier servicio, todo se está volviendo virtual. Este proceso ha tenido lugar en un plazo de 20 años. Todo el mundo puede sentir la ansiedad y el riesgo que hay detrás de este movimiento tan rápido».[iii]
De hecho, la ciencia ficción china se ha convertido en un fenómeno global gracias a la trilogía El recuerdo del pasado de la Tierra (popularmente conocida como La trilogía de los tres cuerpos), de Liu Cixin, un antiguo ingeniero de software de Yangquan. La primera novela, El problema de los tres cuerpos, se publicó en China en 2008, en inglés en 2014 y en español en 2016. Entre los fans de esta saga se encuentran Barack Obama y Mark Zuckerberg (junto con un servidor), además, se rumora que Amazon está en conversaciones para convertirla, con un presupuesto de mil millones de dólares, en una de las series de televisión más costosas que se hayan realizado.
La primera novela inicia en 1967, en plena Revolución Cultural maoísta,[iv] cuando durante un «juicio popular», un eminente físico, cuya enseñanza no se ajusta a la visión que el Partido tiene del universo, es golpeado hasta la muerte por cuatro Guardias Rojos. En la multitud, reprimida por otros seguidores de Mao, la hija adolescente del científico lo ve morir. Años más tarde, esta joven, quien también estudia física, es enviada a una remota base militar, donde hace un descubrimiento que le permite vengarse de la raza humana de la manera más devastadora posible.
La trilogía de Liu es una respuesta al enigma más conocido de la astrofísica, la Paradoja de Fermi, a la cual ya nos hemos referido anteriormente.[v] Dicha paradoja se pregunta por qué, en un Universo en el que es posible que miles de millones de planetas reúnan las condiciones para que exista la vida inteligente, no hemos recibido señales de otros seres. La respuesta de Liu es que todos los seres con inteligencia se mantienen en silencio. El oscuro océano del cielo nocturno está repleto de monstruos, y las civilizaciones que llaman la atención sobre sí mismas son devoradas rápidamente por tales depredadores.
En El Problema de los Tres Cuerpos, la amenaza existencial a la humanidad es algo que le tocará padecer a otra generación, por tanto, en la novela, la gente se las arregla asumiendo que, de alguna manera, todo estará bien por mientras, e incluso dudando de que la futura catástrofe ocurrirá en absoluto. De esta manera, el libro parece hablar del cambio climático sin ni siquiera mencionarlo. La destrucción del entorno natural también forma parte integral de la historia y, para algunos personajes, el apocalipsis alienígena es realmente deseable, porque pondrá fin a la «tiranía humana» sobre la naturaleza.
La ansiedad descrita por Chen Quifan, y su conexión con el apocalipsis en cámara lenta del Antropoceno,[vi] se puede encontrar en casi toda la ciencia ficción china moderna. La primera novela de Chen, The Waste Tide (La marea de residuos), publicada en 2013 en China y en inglés en 2019, fue inspirada por su descubrimiento de una vasta área de procesamiento de desechos electrónicos a poca distancia de donde creció, en Guandong. Chen comenta que vio «un enorme campo de basura en el que los trabajadores migrantes estaban usando sus manos para romper los pedazos de aparatos electrónicos, poniéndolos en calor para fundir los metales, o colocándolos en charcos de ácido para disolver sus elementos, un ambiente de desastre total».
La basura también está en el corazón de la historia de Hao Jingfang, «Folding Beijing», ganadora del prestigioso premio Hugo.[vii] Su protagonista es uno de los millones de trabajadores de residuos a los que se les permite ocupar la capital china durante ocho horas, cada dos noches. Durante el resto del tiempo permanecen sedados, mientras sus edificios se doblan en el suelo, y la ciudad se reacomoda para los ricos, como en el excelente filme Dark City (Ciudad en tinieblas, 1998), del visionario Alex Proyas. El único contacto que tienen dichos trabajadores con los demás seres humanos es a través de la basura.
Chen y Hao se arriesgan al intercalar comentarios sociales en sus textos, aunque Chen apunta que el medio elegido le da cierto grado de libertad, señalando que la película más popular realizada sobre el problema de la contaminación en Pekín, un documental titulado Under the Dome, fue prohibida por el Estado cuatro días después de su estreno a principios de 2015. «Pero si escribo algo así en ciencia ficción, es invención. Es una narrativa imaginaria. Aunque siempre hay un riesgo y ‘Folding Beijing’ puede ser censurada, porque el gobierno de Pekín está exiliando a todos los llamados ‘trabajadores de bajo nivel’, que reciben salarios muy bajos y viven en condiciones de hacinamiento». Así que, cuando la historia ganó el premio Hugo, muchos medios la consideraron como una reflexión sobre la política, y es casi seguro que el gobierno chino no estará contento con eso.
Otra de las historias recogidas, junto con «Folding Beijing», en la antología de 2017 Invisible Planets es «The City of Silence» de Ma Boyong, un relato que su traductor, Ken Liu, explica que tuvo que ser fuertemente editado para pasar la censura estatal de China. Es increíble que se haya publicado, ya que describe un régimen brutal que supervisa y controla todo lo que sus ciudadanos escriben o incluso hablan. Su protagonista es un solitario programador de computadoras, quien observa cómo palabra tras palabra se van borrando de la lista de las que son permitidas. Pero lo que para Orwell y Philip K. Dick era algo que podría suceder en el futuro, es decir, el totalitarismo tecnológico, para Ma Boyong y 1,400 millones de personas es la vida cotidiana. Por ejemplo, a nadie se le permite mencionar a Winnie Pooh, para evitar ofender al líder Xi Jinping, quien fue comparado con el oso de marras en un meme en línea.
Por su parte, WeChat, la aplicación utilizada para la mensajería y el pago en línea por casi todos los cibernautas en China, bloquea automáticamente todo mensaje que contenga cualquier palabra o frase que exprese descontento con el régimen, el apoyo a grupos religiosos o el conocimiento de las violaciones de los derechos humanos por parte del Estado. Según se informó, Google estaba ayudando a China a construir un motor de búsqueda que informaría a sus usuarios si hacen las preguntas equivocadas, aunque ahora, con la crisis de Huawei provocada por la Bestia Trump, tal alianza está a punto de colapsar.
Las historias que se escriben en China se sienten significativas y potentes porque proceden de una verdadera distopía, la cual cada día se vuelve más extraña y futurista. En el «Proyecto Paloma», por ejemplo, se utilizan para la vigilancia drones que parecen y vuelan como pájaros. Pero el Proyecto Paloma no es ficción, es un programa del gobierno y los robots son tan convincentes que las palomas de verdad se congregan con ellos.
En otro ejemplo, los trabajadores de las fábricas, los conductores de trenes y los soldados se ven obligados a llevar dispositivos en la cabeza que escanean sus ondas cerebrales en busca de signos de enojo, depresión o pérdida de concentración. Tales dispositivos son monitoreados por software de inteligencia artificial, el cual puede recomendar que los trabajadores sean reentrenados o reasignados si sus emociones no son consistentes con los objetivos de productividad. Estos dispositivos se han utilizado ampliamente en China durante casi cinco años.
Pero para Ken Liu, el autor chino-americano que tradujo «Waste Tide», El problema de los tres cuerpos y las historias en Invisible Planets, es demasiado simplista ver a los escritores chinos de ciencia ficción como disidentes imaginativos: «Hacemos un flaco servicio a las obras cuando nos centramos sólo en la geopolítica». Chen Quifan está de acuerdo: «Hay sentimientos universales en la ciencia ficción, en todos los diferentes contextos culturales». Chen tiene lectores en varios continentes que le envían correos electrónicos para decirle que sus historias sobre la ansiedad, las divisiones sociales y la contaminación tienen tanta resonancia lo mismo en México y EUA como en Guangdong.
Para el 2020, China completará las pruebas con el mayor radiotelescopio jamás construido, un cuenco de aluminio de medio kilómetro de diámetro y lo suficientemente profundo como para tragarse todo un edificio de 15 pisos. Uno de sus principales objetivos será la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Si la humanidad capta una señal de una civilización alienígena, probablemente recibirá una respuesta en mandarín.
Es emocionante y alentador que nuestra visión del futuro de la humanidad ya no esté dominada por escritores anglosajones. Y a medida que el mundo, pese a las patadas de ahogado del imperialismo yanqui y sus acólitos, se vuelve más chino, vale la pena leer los futuros que los escritores de China están explorando; no sólo porque son inventivos e inquietantes, sino porque, probablemente, también sean nuestro porvenir.
[i] https://factordaily.com/china-science-fiction/
[ii] https://www.esquire.com/es/actualidad/tv/a26441854/the-wandering-earth-fecha-estreno-netflix/
[iii] Curiosamente, en el anime Hon Ran (Lobo Escarlata), de 1994, ya se pronosticaba el deslizamiento de China hacia una forma oscura de comunismo mezclado con capitalismo, entre otras predicciones que, en verdad, hasta erizan la piel, ya que coinciden con las publicadas por el aventurero y escritor polaco, Ferdynand Ossendovsky, en su paradigmático libro Bestias, hombres y dioses (1922).
Notas de referencia:
[iv] https://www.bbc.com/mundo/video_fotos/2016/05/160516_video_revolucion_cultural_china_mao_aw
[v] https://tropicozacatecas.com/2018/07/22/axis-mundi-tomando-en-serio-a-los-ovnis/
[vi] https://tropicozacatecas.com/2018/11/04/axis-mundi-bienvenidos-a-la-era-de-la-extincion/
[vii] https://www.elespectador.com/noticias/cultura/los-premios-hugo-un-homenaje-la-mas-profunda-imaginacion-articulo-803373
Carlos Hinojosa*
*Escritor y docente zacatecano