A la memoria del profesor William Alberto Castro Pérez, asiduo y atento lector de esta columna.
«¿Qué programa, compañero», ésta fue la primera frase que me dijo el profesor William, la primera vez que me encontré con él, cuando regresó a la Escuela Secundaria Técnica 25 de Tacoaleche, Guadalupe, Zacatecas, creo que hace 22 años, ya la memoria comienza a pasarnos factura, pero ello mismo nos permite constatar un hecho: existen personas que, por su manera de ser, se convierten en personajes inolvidables e incluso aún recordamos el primer día que nos encontramos con ellos.
En ésta, su escuela, el profesor William Alberto Castro dejó una huella imborrable por la forma tan entusiasta, tan diferente, de hacer las cosas, con un saber enciclopédico que manifestaba de un modo muy expresivo, mismo que nos llevaba por filósofos, científicos, creadores artísticos y hasta deportistas.
Además, hace veintitantos años, fue pionero, en esta secundaria, del uso de las tecnologías informáticas en la educación, ya que en el Aula 1, que casi siempre estuvo a su cargo, instaló la primera computadora personal del plantel, con un modelo del sistema solar para interactuar con sus alumnos de la clase de Física.
También debemos resaltar su conocimiento exhaustivo del cooperativismo escolar, la base de todo nuestro subsistema, al cual defendía con vehemencia. Y cuando en la asamblea nos encontrábamos con problemas para instaurar los órganos de control y gobierno de la cooperativa escolar, el profesor William siempre nos recordaba, con punto y coma, los artículos relativos —del Reglamento de Cooperativas— al embrollo en el que estábamos atorados.
Tal vez en un principio no comprendíamos sus dinámicas y estrategias para abordar las clases y dirigirse a los alumnos, como una canción que empleaba para recalcar un tema en particular, llamada «Las hojas de té», de una forma muy propia, tan sólo de él.
Tampoco debemos olvidar que le gustaba ser maestro de ceremonias en los diversos festivales escolares, por ejemplo, los del Día de las Madres, donde solía implementar un número que él llamaba «Juegos Organizados». Si la memoria no me falla, tengo presente uno donde se trataba de confundir a las mamás que participaban por un regalo, en el cual el profesor William planteaba: «si el pato come, no pica; si el pato pica, es que no comió», y era tan divertido cómo iba guiando el programa, mismo que se extendía, pero no nos pesaba.
Por otra parte, era un ingenioso inventor en potencia: para una graduación nos pidieron una cantidad muy grande de letras de unicel, algo que no íbamos a lograr, ya que las estábamos cortando con los cutters, mas el profesor William solucionó el problema con una tabla de triplay, un foco y un alambre de cobre, todo lo cual ensambló para que funcionara como una cortadora de unicel.
Y cómo olvidar la vez que nos invitó cochinita pibil, al traer una gran olla de tan delicioso platillo al plantel, misma que compartió con todos, con esa amabilidad que le caracterizaba.
Mención aparte merecen los poemas que le encantaba declamar, sobre todo las infaltables «Golondrinas», de Gustavo Adolfo Bécquer, en la ceremonia de fin de cursos, o los versos dedicados a las mujeres, en la conmemoración del 8 de marzo.
Debo decir que las puertas de su hogar siempre estuvieron abiertas para todos nosotros, sus compañeros, incluso en momentos difíciles, como en la ocasión en que se descompuso mi auto y el profesor William me permitió estacionarlo en su cochera mientras encontrábamos algún mecánico.
Era un hombre del renacimiento, por decirlo de alguna manera, un hombre–orquesta, porque, aparte de las cualidades que hemos recordado, siempre se preocupó por mantenerse actualizado, lo que tal vez le hacía tener una perspectiva sobre la educación un tanto diferente al resto de nosotros, al tiempo que se esforzaba por encontrarle una solución a todo reto que se le presentaba, mientras mantenía un buen concepto de todos sus compañeros.
Para no permanecer tan tristes, quisiera mencionar un chascarrillo que al profesor William le gustaba contar, sobre un sacerdote que deseaba lucirse en misa, diciéndole frases en latín al monaguillo: «puer frater altare, affer mihi vasa offertorium», a lo que el monaguillo contestó, «Padre, sólo tengo panorium con chilorium, amén».
Descanse en paz, profesor William Alberto Castro Pérez.
*Carlos Hinojosa
*Escritor y docente zacatecano