Mis amigos están muertos. Hace año y medio me dieron una inquietante noticia: un amigo de la secundaria, Osvaldo, un vato aliviando, de carácter agradable, un amigo como pocos los hubo, hay y habrá se había suicidado. Mi primer gesto fue de asombro. Enseguida pregunté varias veces a quien me dio la noticia si era verdad. No podía creerlo.
Mis amigos están todos en la tumba, real o metafísica, poco importa. La vida y la muerte siempre tan cerca, ¿qué las separa? Pues, un hilo tan delgado que da risa, algo tan efímero como una eyaculación. La voluntad ajena es más que suficiente para matarte, para volarte la tapa de los sesos y de los esos también, todo para descubrir qué hay después de este cochinero (con perdón de mis hermanos los cochinitos). Desde aquí les digo, amigos, no hay nada después de esto, los filósofos olvidados y mal llamados presocráticos lo sabían; regresamos a donde estábamos antes de nacer, a “ninguna parte”, a la nada, al no-lugar. No hay —debo decirlo, pésele a quien le pese—, cielo, ni infierno, ni paraíso, ni tampoco Dios, ni Satanás, ni Espíritu Santo. Estoy segura de lo que escribo y transmito aquí, yo que he ido y venido de la muerte a la vida como quien entra y sale de una cantina.
Mis amigos están todos asesinados. Osvaldo no pudo suicidarse, él no era de suicidios. Si hay alguien que enfrentó la vida con una perpetua sonrisa y actitud optimista fue él. Su suicidio nunca se esclareció, ni me dediqué a averiguarlo, ¿para qué si ya está muerto? ¿Justicia para quién?, ¿para él?, ¿para mí? La justicia en México existe tanto como Dios (y seguimos poniéndolo con mayúscula). Pero no, a los muertos no les afecta ningún constructo del mundo de los vivos, a ellos les da lo mismo si hay justicia o no, si se suicida el presidente de nuestro rancho o queman al papa en turno, les da igual si se muere un niño de hambre o diez baleados en un funeral; a los muertos los tiene sin cuidado la perversión de nosotros los vivos, dizque vivos…
Mis amigos están bien muertos. A Osvaldo lo mataron, lo suicidaron; él no se hubiera suicidado, yo lo conocía, años de amistad avalan estas palabras, pero… ¿a quién le importa? ¿A sus papás? ¿A sus amigos? No, no lo creo. Ya nadie se acuerda de él. Todos lo traicionamos, seguimos respirando.
Mis amigos están bien muertos. Muerto el Chilango, conductor de Uber y policía. Mi compa el Ardilla, muerto, el Greñas, desaparecido, la Vero, sepultada. Juan R., muerto: duró vivo más de lo que cualquiera hubiese pensado, cuando supe que lo habían matado, yo mismo oí los disparos a una calle de donde vivo, dije: “¡ya se habían tardado!” Juan R., rebelde como él no he conocido. Olvidado. En fin, aquel de la secundaria que no recuerdo su nombre, muerto. Aquella de la escuela, asesinada por su pareja. Aquel amigo de la infancia, muerto, aquel otro, comido por los gusanos. Aquella otra, se fue a los Estados Unidos, contrajo sida y murió hace poco. Aquella otra que se dedicó a la prostitución, Lorena, muerta. Fátima, también puta, muerta. Aquella de la escuela, siempre tan vivaz y adelantada, con cinco hijos, se colgó, lastimosamente, la envidio; lo de tener las agallas para matarse, no lo de los hijos. Dios me libre de traer a alguien a este mundo, soy culera, pero no tanto.
Todos muertos. Unos en la sepultura, otros en el limbo de las drogas, otros, fracaso tras fracaso en la ridiculez del emprendimiento, otros dedicados a la paridera (a perpetuarse, ¡bah! ¡Pendejos irresponsables!), otros que no se sabe si están muertos o vivos y otros esperando alcanzarlos. ¿Y yo? Recordando a los muertos.
Julieta Villa
Fresnillo y Guadalupe, Zacatecas
Mayo de 2023