Dictadores y vampiros en El Conde, de Netflix – Axis Mundi


Tal vez los amables lectores conozcan al cineasta chileno Pablo Larraín, cuya serie de filmes biográficos, en su mayoría ubicados en el siglo XX, acaba de alcanzar una cumbre de audaz brillantez con El Conde, una alocada e inspirada reinvención de acontecimientos históricos, basada en la idea de que el dictador Augusto Pinochet era, en realidad, un vampiro que al final se cansa de la «vida» y quiere morir, después de 250 años de existencia.

Luego de sus películas un tanto «serias» sobre la princesa Diana, Jacqueline Kennedy Onassis y Pablo Neruda, el director y su sagaz e ingenioso guionista, Guillermo Calderón, han dado rienda suelta a su imaginación y regresan con una extraordinaria cinta que muestra a una siniestra familia gobernante en un lugar privilegiado, misma que el público inteligente reconocerá como la del infame oficial del ejército Augusto Pinochet Ugarte, el Número Uno del régimen fascista chileno que imperó entre 1973 y 1990, quien falleció a la avanzada edad de 91 años tras haber asesinado a un número incalculable de personas, y con más de 300 cargos penales pendientes.

Con un inspirado golpe creativo, Larraín y Calderón nos ofrecen una versión alternativa de la historia reciente de su país, donde el escenario no podría ser más remoto, ni los personajes menos entrañables: en el frío extremo sur de Chile vive un pequeño grupo de excluidos de la historia, gente que, para desgracia del país, lo sometieron tanto hasta asegurarse de que se convirtiera en un lugar donde nadie querría vivir o visitar, si pudiera evitarlo. Y la magnífica fotografía en blanco y negro de Ed Lachman contribuye, en gran medida, a mantener el ambiente elegantemente claustrofóbico en el que los personajes se hallan, en esencia, atrapados.

Adheridos unos con otros, y destinados a rememorar eternamente sus momentos de grandeza, celos, pequeños agravios y venganzas, el pequeño grupo de familiares y cómplices reside en un recinto aislado, dentro de un paisaje árido que bien complementa sus frías y amargas personalidades, ¿y quién tiene historias más pertinentes de sucesos en los que desempeñó un papel destacado, que se remontan a más de 250 años atrás? Nada menos que el Conde (Jaime Vardera), un tipo que ha sobrevivido a todos sus enemigos, acabando a muchos de ellos, con una trayectoria accidentada en la cual siempre ha prevalecido.

Al tratarse de un vampiro, algunos espectadores extremos e historicistas podrían pensar que el talentoso cineasta se ha «rebajado», de alguna manera, al entrar en el terreno de los fantasmas y los demonios, pero se trata de todo lo contrario: este recurso narrativo ofrece, en realidad, una aguda perspectiva de la historia chilena, con unos fascistas impenitentes que han dicho, durante años, las mismas cosas amargas y autocomplacientes sobre su condición de parias políticos, mientras se pasean por su oscura pero totalmente confortable residencia, lejos del centro del mundo. De este modo, el Conde, antiguo líder político y militar, presume de haber «probado la sangre de todos los rincones del mundo», y de que la inglesa «es su favorita… por supuesto».

Y así es la agridulce visión del mundo que ofrece la película: el Conde parece cansado y completamente disoluto la mayor parte del tiempo, hasta el punto de admitir abiertamente que está dispuesto a dar por terminada su vida, pero eso no impide que, entretanto, cometa algunas fechorías muy sangrientas.

Por su parte, entre las personas que le acompañan en el exilio se encuentran su esposa, la inescrupulosa Lucía Hiriart (una estupenda Gloria Munchmeyer), que permaneció casada con Pinochet durante 63 años, a pesar de sus diversas «hazañas», y su siempre leal mayordomo (Alfredo Castro), quien sabe dónde están enterrados los cadáveres.

Las interacciones entre estos personajes son a menudo hilarantemente mordaces, ya que son fascistas de toda la vida que, de alguna manera, han sobrevivido a todo tipo de conflictos, reflexionando sobre su curioso destino en una especie de limbo a la Luis Buñuel, en el cual todo está teóricamente permitido, pero a menudo no es posible, donde los ancianos avanzan lentamente por una larguísima pista hacia la muerte, mientras el Conde se mantiene, en secreto, atiborrándose de todo tipo de carne sangrienta y variadas sobras.

La mayor parte del filme transcurre en interiores, pero Larraín sabe abrir inteligentemente los escenarios, haciéndoles respirar aire fresco de vez en cuando y, más notablemente, logra que el Conde sobrevuele los áridos alrededores de una manera que Drácula aprobaría con todo gusto, secuencias que tienen una gracia y un impresionante realismo, quizá de las mejores de su género, como bien señala el escritor chileno Ernesto Garratt Viñes:

«La punzante crítica que hace El Conde contra el feroz individualismo, los agobiantes materialismo y arribismo y la obsesión ciega por el dinero poseen un reflejo concreto en la sociedad chilena actual. Y ahí está de prueba el paisaje del valle central visto desde las alturas, con la torre fálica más alta de Sudamérica, mientras el espíritu del Pinochet deconstruido como un chupasangre de la vida nacional sigue presente y vivo volando sobre nuestras cabezas. El chiste, así las cosas, se cuenta solo».[i]

De esta forma, la película logra un notable equilibrio entre elementos de gran potencia dramática, humor negro, así como una nostalgia algo extraña y macabra: todo un logro del cine latinoamericano que obtuvo el premio a mejor guion en el reciente Festival Internacional de Cine de Venecia.[ii]

 

  • El Conde se encuentra disponible desde el 14 de septiembre en Netflix.

[i] https://letraslibres.com/cine-tv/ernesto-garratt-el-conde-pablo-larrain-pinochet-vampiro/

[ii] https://www.labiennale.org/en/news/official-awards-80th-venice-flm-festival

 

Carlos Hinojosa*

*Escritor y docente zacatecano

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