Axis Mundi: «Érase una vez un genio»


Voy a contarle historias a la luna

como la hija del visir

para aplazar la muerte que juraste.

Marisa Martínez Pérsico

 

Como bien pueden deducir los amables lectores, las relatos suelen ser peligrosos: nos rodean, aunque no seamos necesariamente conscientes de ellos y, con su encanto primitivo, logran acaparar toda nuestra atención, hasta el punto de que nada más nos importe. Los encontramos y los concebimos todo el tiempo, a menudo por accidente, simplemente por ir a un lugar en vez de otro, o por demorarnos lo suficiente para mantener una conversación con alguna persona. Con frecuencia son la razón por la que nos consideramos buenos o nobles, al tiempo que son la raíz de nuestras ilusiones y la fuerza de nuestras creencias. Es imposible saber si los relatos nos sirven a nosotros o nosotros a ellos, y ahí radica el peligro: en lo que los convierte en historias.

En el fantástico filme de George Miller, Érase una vez un genio (2022, Tres mil años de anhelo, en su título original en inglés), Alithea Binnie (Tilda Swinton) es una narratóloga, experta en un campo de estudio antropológico que examina los relatos —y cómo la humanidad los ha moldeado y ha sido moldeada por ellos—, lo cual la convierte en la protagonista perfecta para una historia: alguien que se cree más inteligente que el resto de los mortales.

Este relato en particular comienza con un viaje de trabajo a Estambul, Turquía, donde Alithea adquiere una sucia y antigua botella en una tienda de curiosidades. Al llevarla a su habitación de hotel y limpiarla, descubre que tal recipiente ha albergado a un legendario djinn («genio», del árabe, جن yinn) (Idris Elba) durante milenios. Como en tantas historias sobre dichos seres, ahora Alithea tiene derecho a tres deseos.

Sin embargo, ella conoce este tipo de narraciones, y advierte al djinn que todas las fábulas donde «el genio ofrece tres deseos» no suelen terminar bien para el protagonista. Pero el djinn se rige por las reglas de los relatos sobre tales entes fantásticos y, en un intento de convencerla de que solicite sus deseos para poder ser libre, le cuenta varias anécdotas de su historia milenaria, tratando de ilustrar cómo sus suposiciones no son necesariamente ciertas: tal vez, sugiere, si ella es sabia, puede pedir sus deseos sin temor a las consecuencias.

El filme que el director George Miller nos presenta después de su obra maestra, Mad Max: Fury Road (2015), no se parece en nada a su ya legendaria saga de acción: se trata de una película tranquila y contemplativa que evita la acción y se centra en una serie de conversaciones entre sus dos protagonistas, dramatizadas visualmente con un estilo rico en imágenes generadas por computadora. El djinn es el narrador y la narratóloga está ahí para interrogar la historia de sus logros y fracasos.

Entre sus conversaciones —la mayoría extraídas directamente del relato de A.S. Byatt «El djinn en el ojo del ruiseñor»,[i] adaptado por Miller y su hija, Augusta Gore—, el público asiste a viñetas de bella textura sobre reyes sedientos de sangre, genios condenados y soñadores que anhelan escapar. El arte que Miller aportó a las implacables persecuciones de Mad Max: Fury Road se canaliza ahora en una maravillosa quietud, un lienzo destinado a capturar el puro anhelo en el corazón de una historia. El deseo de ser conocido por los demás y de conocerlos plenamente: eso a lo que podríamos llamar amor.

Érase una vez un genio es un filme sereno que se deleita en el simple placer de escuchar un buen relato. En el papel del djinn, Idris Elba pronuncia sus líneas con una voz sonora y llena de tradición, un lenguaje lírico que es poético de una manera que sobrevive al paso del tiempo, pronunciando palabras destinadas a ser recordadas en una era científica bulliciosa, en la que lo natural es olvidar. Como Alithea da a entender, la belleza de estas historias invita al escepticismo, especialmente en lo que a ella le parece un mundo mucho menos bello.

La tensión entre la modernidad y la fábula, el narrador y el público, la crítica y la evasión es una fuente de dolor en Érase una vez un genio; en los márgenes del relato, el mundo moderno siempre está ahí: asfixiante, estéril, ruidoso, escéptico. Es posible que, a medida que Alithea sigue dudando de las historias cada vez más personales del djinn, ya no seamos tan sensibles al poder de los relatos, lo que nos deja mucho más lejos de entendernos y/o amarnos: tal vez pensamos que somos demasiado buenos para las fábulas o los cuentos con moraleja, o tal vez somos tan egocéntricos que creemos, de forma natural, que toda historia depende de que nos la creamos personalmente.

Hay películas que cambian la naturaleza del aire que se respira después de verlas, ya que algo de ellas se repite como un bucle en nuestra mente, y el color del mundo fuera del cine no está a la altura de lo visto en la pantalla. Érase una vez un genio es uno de esos filmes, un relato sobre relatos —un género «inflexible» y proclive a la autoimportancia— que no se interesa únicamente por su magia como fuerza empalagosa y unificadora; de hecho, las narraciones son más poderosas, más peligrosas que todo ello. Y resulta que hay pocas formas más satisfactorias de explorar lo anterior que ver a dos personas, quienes creen saber todo lo que hay que saber sobre los relatos, intentando adivinar cómo acaba el que nos ocupa.

 

  • Érase una vez un genio se encuentra actualmente en cartelera, aunque con tan poca audiencia que es poco probable que siga exhibiéndose en las salas de cine de nuestro estado.

[i] https://www.auroraboreal.net/actualidad/genero/3010-el-genio-en-el-ojo-del-ruisenor

 

Carlos Hinojosa*

*Escritor y docente zacatecano

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