Exuberante, sensual, con múltiples capas, trascendente y transgresora, no exageramos al señalar que el filme Pecadores es una obra maestra del director Ryan Coogler (el mismo que nos brindó al Black Panther del UCM),[i] toda una muestra de destreza narrativa, rebosante de creatividad y propósito, un clásico instantáneo del cine de vampiros que, al igual que las mejores películas del género de terror, es mucho más que eso.
Por si fuera poco, la banda sonora impregnada de blues, a cargo de Ludwig Göransson (Oppenheimer, Tenet, The Mandalorian),[ii] secuestra nuestra alma durante un par de horas ya que Pecadores es una película sobre la música, sobre la capacidad de ésta para cautivarnos por un momento y, después, liberarnos para toda la vida: la música como metáfora de toda una cultura, como un don y una maldición, como poder e imán para el bien y para el mal.
Así, con la música como conducto sobrenatural es por donde empezamos: situados firmemente entre el mundo de los vivos y el de los muertos, celebrando a los músicos a lo largo de los siglos, desde los antiguos Filidh irlandeses hasta los Guardianes del Fuego de los nativos americanos.
De este modo, nos sumergimos en un Mississippi gloriosamente bañado por el sol a principios de la década de 1930, cuando los hermanos gemelos Smoke y Stack (ambos interpretados por Michael B. Jordan) regresan a casa después de un par de períodos como «soldados»: uno viajando por todo el mundo durante la Primera Guerra Mundial, y otro en Chicago, al servicio de Alphonse Capone.
Debido a algunos negocios turbios que nunca se explican del todo, llevan consigo mucho dinero y están ansiosos por abrir un cabaret, primero comprando un molino destartalado a un blanco «indulgente» que podría ser miembro del Ku Klux Klan, y luego separándose para encontrar a las personas que necesitan para llenarlo de música, comida, bebidas fuertes y «vibras» aún más potentes.
Pero, antes de empezar, recogen a su primo Sammie (el debutante Miles Caton), hijo de un pastor quien posee un don asombroso para tocar y cantar blues, a pesar de la advertencia de su padre de que eso lo llevará a la perdición.
Los gemelos se pavonean por la ciudad, reclutando a quienes necesitan para que su local funcione, así conocemos a la mayoría de los demás personajes, entre ellos la esposa de Smoke, Annie (Wunmi Mosaku), una cocinera con una afición al vudú que resultará muy útil; la ex de Stack, Mary (Hailee Steinfeld), quien ha vuelto a la ciudad para enterrar a su madre y que podría acarrearles una atención no deseada, ya que pasa por una mujer blanca; el viejo virtuoso Delta Slim (Delroy Lindo), de lengua rápida; además de Bo y Grace (Yao y Li Jun Li), dos tenderos chino-estadounidenses capaces de suministrar comida y publicidad.
Todos acaban finalmente en el mismo local, la música comienza a sonar y tanto los gemelos como su joven primo intentan lidiar con sus relaciones pasadas y futuras, al tiempo que los hermanos se ven obligados a ofrecer a sus «invitados» un escape de la larga sombra de la esclavitud y la pobreza, sin olvidar que necesitan que la empresa les reporte beneficios.
Cabe mencionar que Michael B. Jordan puede ser el protagonista —y resulta tan fiable como siempre para su colaborador habitual Coogler, en dos papeles que parecen y se sienten diferentes sin ser ostentosos—, pero en realidad es la película de Miles Caton: un niño prodigio con la realeza del góspel[iii] en la sangre (es hijo de la cantante Timiney Figueroa),[iv] cuesta creer que sea su primer papel como actor. De inocente e inseguro a protagonizar las festividades de la noche con cierta arrogancia, tanto musical como dramáticamente, Caton alcanza la perfección. Cuando Stack (Jordan), se queda boquiabierto por la sorpresa y el asombro al escuchar por primera vez a Sammie (Caton) tocar la guitarra y cantar, nosotros también quedamos sorprendidos: el joven hace que sea fácil creer en la premisa inicial del relato.
Cuando la noche alcanza su punto álgido, Sammie sube al escenario para interpretar una «oda» a su padre («I Lied to You»), con lo cual se desarrolla el primero de los momentos inolvidables en torno a la magia del arte musical (y revelar aquí los detalles sería arruinar algo hermoso para el espectador): se trata de una de las mejores representaciones del poder de la música llevadas al cine. Quien alguna vez haya entregado su alma a una canción, lo entenderá.
Con la vertiginosa cinematografía de la fotógrafa Autumn Durald Arkapaw, que sin duda ya debe ser candidata al Oscar, así como la extraordinaria banda sonora de Göransson, visualizamos la capacidad de la música para trascender el tiempo y el espacio: sonidos e imágenes que permanecerán con nosotros para siempre.
Es aquí cuando llegamos a los vampiros, liderados por Remmick, el nosferatu irlandés interpretado por Jack O’Connell: atraído por la habilidad de Sammie para hacer magia con su música, Remmick cree que el don del joven es la clave para conectar con los espíritus de su comunidad perdida. Y así, la noche se convierte en un infierno, una pesadilla sangrienta, con los protagonistas tratando de sobrevivir hasta el amanecer mientras los monstruos acechan en las sombras. Frenados por la norma vampírica de «sin invitación, no se entra», Remmick y compañía se apoyan en la tentación para atraer a los clientes del cabaret al exterior, donde los esperan como plato de cena.
Cabe señalar que Remmick resulta un personaje cautivador: inmigrante irlandés, es víctima del colonialismo británico y de una religión impuesta, pero su hipocresía resulta evidente. Llega con una oferta tentadora, defendiendo el vampirismo como una forma de igualdad verdaderamente ciega al color de la piel. Pero no está pidiendo, está exigiendo.
Se trata de una visión fascinante del vampiro, que resume a la perfección el mensaje del director en la segunda de las escenas más destacadas de Pecadores: mientras los protagonistas restantes se reúnen y planean cómo defenderse, Remmick lidera a aquellos a los que ha convertido (quienes, a estas alturas, ya son muchos) en una retumbante sesión en un campo, cantando a pleno pulmón «Rocky Road to Dublin» y bailando con desenfreno, una celebración de la unidad… o tal vez no.
Como un espejo oscuro de la actuación anterior de Sammie, la secuencia está ahí para tentar tanto a los protagonistas como al público: es el único momento de la película en el que todas las etnias cantan al unísono, y en ese instante, ser vampiro parece lo mejor del mundo. Además, no olvidemos algo que ya había señalado el gran cineasta Alan Parker en Camino a la fama (The Commitments, 1991), respecto a que los irlandeses eran los «negros» de Europa: tanto las canciones como los bailes autóctonos fueron prohibidos por las leyes penales británicas durante la larga vida de Remmick, por lo que él también ha sido víctima de la opresión cultural.
Pero, si profundizamos un poco más, podemos ver que no se trata de un momento de alegre unidad, sino de Remmick regodeándose gozosamente en su dominio y control sobre los clientes del cabaret, burlándose de los supervivientes, bailando literalmente una giga[v] sobre las almas de sus víctimas, utilizando sus cuerpos como marionetas. Es una promesa de utopía a costa de la propia identidad: la colonización disfrazada de libertad, impuesta a un pueblo que no la quiere. Puede cantar todas las canciones rebeldes que conozca, pero al final se alimentará de sus víctimas, como cualquier otra figura redentora blanca de la historia, y lo llamará «salvación».
Como pueden apreciar los amables lectores, Pecadores es un filme especial, audaz e inventivo, y aunque la combinación de tantos elementos y temas en una sola película parece un desastre sobre el papel, Ryan Coogler lo hace funcionar con una resonancia universal que se comentará mucho después de su segunda escena postcréditos (debemos ver la cinta hasta su agridulce final/final).
Con una duración de poco menos de dos horas y media, Pecadores podría ser acusada de indulgencia, pero los fans del terror bien podemos darnos este gusto. Con un demonio, hay que disfrutarlo.
- Pecadores está a la venta/renta en Amazon Prime Video y, dentro de algunas semanas, parece que estará disponible en la plataforma de HBO/Max
[i] https://tropicozacatecas.com/2020/09/06/axis-mundi-chadwick-boseman-y-el-legado-de-pantera-negra/
[ii] https://www.filmaffinity.com/es/name.php?name-id=779906220
[iii] El «góspel» es un género tradicional de la música cristiana, con raíces en las iglesias afroamericanas protestantes evangélicas de EUA. Se caracteriza por la combinación de cantos de alabanza con armonías de estilos musicales como el blues, el country y el «rhythm and blues» (R&B). La música góspel es conocida por su expresión religiosa y cultural, incluyendo la participación activa de los oyentes a través de gritos, tarareos, susurros, palmas y bailes.
[iv] https://www.timineyfigueroa.com/
[v] La giga, también conocida como «jig» en inglés, es una danza rápida y animada con origen en Irlanda y Escocia. Es un baile de tradición folclórica, generalmente de un solo bailarín o en pareja, que se caracteriza por pasos rápidos y un torso rígido.
Carlos Hinojosa*
*Docente y escritor zacatecano