Inteligencia Artificial: «Nada nuevo bajo el sol» – Axis Mundi


Tal vez los amables lectores conozcan la icónica obra de ciencia ficción de Isaac Asimov Yo, Robot (o la interesante versión fílmica de Alex Proyas del 2004, protagonizada por Will Smith), la cual relata la historia de unos androides creados por la empresa U.S. Robots and Mechanical Men, Inc., cuyas versiones van desde «Robbie», que no habla, hasta «Stephen Byerley», que puede o no ser un robot, resulta tan humano que no se sabe:

«El rostro de Stephen Byerley no es fácil de describir. Tenía unos cuarenta años según la partida de nacimiento y cuarenta por su aspecto sano y bien nutrido. Cuando se reía lo hacía con un aire de sinceridad y ahora se estaba riendo. Se reía fuertemente y continuamente, su risa se desvanecía por un instante…, y volvía a empezar».[i]

Sin embargo, cada modelo está formado por los mismos componentes elementales: el código binario de unos y ceros, por lo que las diferencias de comportamiento entre el robot más simple y el más avanzado, casi indistinguible de un ser humano, son simplemente la secuencia de estos dos dígitos.

De hecho, dato de cultura general, todos los lenguajes informáticos se expresan en unos y ceros, incluso los programas de Inteligencia Artificial (IA), el equivalente actual de «Stephen Byerley».[ii] Pero, como suele suceder, aunque dicha tecnología es relativamente nueva, el concepto en el que se basa no lo es.

La idea de que la reorganización de unidades elementales puede producir resultados poderosos, incluso aparentemente mágicos, nos rodea por todas partes: se manifiesta en todo, desde la tecnología y la ciencia hasta la religión y el arte, por ejemplo, las concepciones procedentes de la Cábala, una forma de misticismo judío que apareció impresa por primera vez en el siglo XII de nuestra era, el cual parte de la idea de que las letras hebreas son los componentes básicos del cosmos.

Según las interpretaciones místicas de la historia de la creación en el libro del Génesis, Dios creó el mundo componiendo primero el alfabeto, para luego ensamblar la Tierra y el cielo recombinando las letras: «Dios es representado como un arquitecto y la Torá como un plano de la creación del mundo. La forma en que surgen y se combinan las letras del alfabeto tiene un asombroso parecido con la combinación y recombinación de cadenas de ADN», escribe Howard Schwartz en su impresionante obra El árbol de las almas, la mitología del judaísmo.[iii]

Por su parte, El Sefer Yetzirah o Libro de la Creación, que el erudito de la Torá, Aryeh Kaplan, calificó como «el más antiguo y misterioso de todos los textos cabalísticos», describe las letras hebreas como poseedoras de un gran poder. En la traducción y el comentario del rabino Kaplan sobre el versículo 2.2, Dios «grabó» las letras «de la nada», luego las «permutó» en diferentes combinaciones y las «pesó»: «Cada letra representa un tipo diferente de información. A través de las diversas manipulaciones de las letras, Dios creó todas las cosas», señala Kaplan.[iv]

De esta forma, en la narrativa judía, el poder sagrado de las letras hebreas puede manipularse en combinaciones que animan la materia inerte, y tal es el caso de uno de los primeros robots humanoides o «androides» de la literatura: el gólem, una criatura semejante a un hombre hecha de barro.

Aunque existen numerosas versiones de esta leyenda judía, la noción de que las letras animan al gólem es común a todas ellas: la masa de tierra moldeada cobra vida cuando su creador entona combinaciones secretas de letras. En la frente del gólem se halla grabada la palabra hebrea para el término «verdad», compuesta por la primera, la segunda y la última letra del alfabeto hebreo, lo que la tradición judía interpreta como que la verdad lo abarca todo.

El gólem a veces ayuda a la comunidad judía y otras causa estragos, según el relato de que se trate. Pero también representa algo más grande, con el conocimiento místico, el ser humano imita el acto de creación de Dios, como en el clásico poema de Jorge Luis Borges:

En la hora de angustia y de luz vaga,

en su Gólem los ojos detenía.

¿Quién nos dirá las cosas que sentía

Dios, al mirar a su rabino en Praga?[v]

 

Para desanimar a la criatura, su creador debe eliminar la primera letra escrita en su frente, aleph, que representa la unidad de Dios,[vi] por lo cual queda la palabra hebrea para «muerto», que refleja la tradición judía de que no hay verdad sin Dios.

De esta forma, al igual que el gólem, los robots, los androides e incluso la Inteligencia Artificial funcionan con recombinaciones de unidades elementales, las cuales, en lugar de letras hebreas, son unos y ceros. En ambos casos, la permutación específica marca la diferencia, algo que ha inspirado historias especulativas sobre lo que ocurre cuando se reorganizan bloques de construcción semejantes.

Por ejemplo, la criatura de Frankenstein, del clásico de Mary Shelley, surge como una mezcla de partes del cuerpo humano. Por su parte, los «Crakers» de la novela Oryx & Crake, de Margaret Atwood, son humanos versión 2.0, creados a partir de genes modificados. Además, en el peculiar relato de ciencia ficción «Setenta y dos letras», del escritor Ted Chiang, basado en mucho de lo que hemos mencionado en el presente texto, los muñecos se mueven según la secuencia de letras de un pergamino colocado en sus espaldas:

Robert Stratton siguió estudiando nomenclatura en el Trinity College de Cambridge. Allí estudió textos cabalísticos escritos hacía siglos, cuando los nomencladores aún se llamaban ba’alei shem y los autómatas se llamaban gólem, los textos que habían puesto los cimientos de la ciencia de los nombres: el Sefer Yezirah, el Sodei Razayya de Eleazar de Worms, el Hayyei ha-Oma ha-Ba de Abulafia. Luego estudió los tratados alquímicos que contemplaban las técnicas de manipulación alfabética en un contexto filosófico y matemático más amplio: el Ars Magna de Llull, el De Occulta Philosophia de Agripa, el Monas Hieroglyphica de Dee.[vii]

De cualquier forma, este tipo de patrones no son sólo cosa de ficción, ni se limitan a la informática, por lo que la «codificación» permutativa está en todas partes: las notas musicales se ordenan para formar una melodía; las secuencias genéticas se combinan para formar un organismo; en todos los seres vivos —búhos, salamandras, personas, rosas— las instrucciones contenidas en el ADN comprenden recombinaciones de los mismos cuatro pares de nucleobases.[viii]

Asimismo, la diferencia biológica entre un ser humano y una bacteria es el orden en que están dispuestos los pares de nucleobases, tal como observó Hugo de Vries, un biólogo que realizaba sus investigaciones pioneras de la genética a principios del siglo XX: «todo el mundo orgánico es el resultado de innumerables combinaciones y permutaciones diferentes de relativamente pocos factores».[ix]

Sin embargo, como dicta el sentido común, no todas las combinaciones «funcionan», ni en la ciencia ni en la literatura: en Sobre la naturaleza de las cosas, célebre poema sobre filosofía y física, el escritor romano del siglo I, Tito Lucrecio Caro, advierte que

No creamos que puede mutuamente

Toda especie de átomos unirse;

Pues se verían monstruos de continuo,

Existirían hombres medio fieras

Y de un animal vivo nacerían

Frondosos ramos (…)[x]

E imaginaciones fantásticas aparte, la idea central se mantiene: no todas las permutaciones producen resultados viables. Por decirlo en términos de biología moderna, los genes con determinadas combinaciones de los cuatro pares de nucleobases no darán lugar a un organismo funcional, como bien señala Borges en «La biblioteca de Babel», un relato sobre un universo parecido a una dimensión llena de libros que contienen todas las permutaciones posibles de 25 caracteres, aunque la mayoría son cadenas de letras sin sentido:

«Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice ‘Oh tiempo tus pirámides’. Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias».[xi]

Por tanto, podemos señalar que lo que distingue algo que funciona de lo que no es la secuencia: la diferencia entre el comportamiento de un robot sencillo como el «Robbie» de Asimov y el de una IA tan compleja que parece consciente se reduce a la secuencia de unos y ceros que la instruye, no muy diferente de la forma en que una sola letra es la diferencia entre lo animado e inanimado —o la creación y la destrucción— en el folclore judío.

Bien sabemos, y lo hemos comentado varias veces en este espacio,[xii] que las posibles consecuencias de la nueva permutación de la Inteligencia Artificial han provocado temor e incertidumbre. Sin embargo, quizá nos consuele la idea de que, como dice la Biblia: «No hay nada nuevo bajo el sol».[xiii]

[i] https://redescol.ilce.edu.mx/20aniversario/componentes/proyec_colab/2005/solaris/redescolar.ilce.edu.mx/redescolar/proyectos/solaris/scifi/yo_robot.pdf

[ii] https://tropicozacatecas.com/2023/01/29/axis-mundi-2023-inteligencia-artificial-al-alcance-de-todos/

[iii] https://archive.org/details/TreeOfSoulsTheMythologyOfJudaismSchwartzHoward2004

[iv] https://leonbahrmanministries.org/wp-content/uploads/2018/01/Aryeh-Kaplan-Sefer-Yetzirah2.pdf

[v] https://letralia.com/sala-de-ensayo/2021/09/20/golem-borges/

[vi] https://www.significados.com/aleph/

[vii] https://medium.com/@hablaescribe/setenta-y-dos-letras-ted-chiang-55268d768cc

[viii] https://es.wikipedia.org/wiki/Nucleobase

[ix] https://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/el_gen.pdf

[x] https://biblioteca.org.ar/libros/89401.pdf

[xi] https://mrpoecrafthyde.files.wordpress.com/2016/09/borges-jorge-luis-la-biblioteca-de-babel.pdf

[xii] https://tropicozacatecas.com/2023/07/16/axis-mundi-cuales-son-los-riesgos-reales-de-la-inteligencia-artificial/

[xiii] Eclesiastés, 1:9.

 

Carlos Hinojosa*

*Escritor y docente zacatecano

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