Axis Mundi – El origen terrestre de los OVNIS (III): el componente psico–comunicativo


El mensaje que el OVNI comunica al soñante es un problema actual, que se plantea a cada individuo. Los signos del cielo aparecen para que todo el mundo los vea. Recuerdan a cada cual su alma y su totalidad, porque ésta debería ser la respuesta del Occidente al peligro de la movilización gregaria de las masas.

Carl G. Jung

 

Como bien saben los amables lectores, múltiples relatos de ciencia ficción ha inculcado en nuestra cultura la idea de que la comunicación con otra especie completamente diferente es una cuestión de traducción o intercambio de palabras, algo parecido a lo que hace Google Translator o DeepL para convertir un texto chino a uno en español. Por tanto, ahora tenemos un concepto completamente prefabricado de la plausibilidad de tal idea, pero la verdad es que resulta ingenua.

La traducción ordinaria presupone dos cosas importantes: una estructura cognitiva (patrones de pensamiento) y referencias empíricas compartidas, lo cual es fácil de comprobar: si tanto usted como yo tenemos la experiencia de conducir un coche, para entendernos basta con aprender qué palabra utiliza el otro para denotar dicha práctica.

Sin embargo, las cosas son más sutiles cuando se trata de estructuras cognitivas compartidas, ya que éstas funcionan basándose en abstracciones, no en experiencias empíricas directas, por ejemplo, pensemos en el concepto de «flujo»: puede utilizarse para denotar una experiencia empírica concreta, como ver fluir un río. Pero también se utiliza de forma mucho más abstracta: decimos que «el tiempo fluye» aunque no podamos ver el tiempo, y mucho menos su flujo; hablamos de los «diagramas de flujo»; decimos sobre algo que debemos «dejarlo fluir»; etcétera.

«Fluir» es una abstracción que se refiere a cambios de estado secuenciales ordenados, algo totalmente ligado a nuestro modo humano de cognición. Para entender el «fluir» hay que compartir los patrones cognitivos básicos que dieron origen al concepto en nosotros, para empezar. Sin estos patrones compartidos es imposible limitarse a traducir la palabra.

Todos los humanos compartimos dichos patrones cognitivos básicos por el mero hecho de ser miembros de la misma especie. En otras palabras, pensamos igual porque somos iguales. Como mencionamos en una columna anterior, algunos lingüistas, por ejemplo, Noam Chomsky —otra figura recurrente en Axis Mundi—, llegan a afirmar que la estructura básica de todas las lenguas humanas, que Chomsky denomina «gramática universal», está codificada biológicamente en el sistema cognitivo humano.[i]

Y aunque los detractores de Chomsky sostienen que el lenguaje no es más que una invención compartida por conveniencia, lo cierto es que los fundamentos subyacentes de lo que se inventa reflejan modalidades cognitivas que el inventor comparte con todos los demás miembros de su especie. Este rasgo común es lo que permite lo que llamamos «traducción» entre lenguas humanas, y tendemos a darlo por sentado.

Pero las Inteligencias No Humanas (INH), por definición, no comparten ese rasgo común con nosotros. Al fin y al cabo, pertenecen a una especie distinta. Es casi seguro que su cognición se desarrollará con patrones y modalidades muy diferentes. Incluso su lógica puede parecerse poco a nuestros axiomas aristotélicos.

Además, su contexto cultural será totalmente distinto del nuestro, lo que dará lugar a referencias empíricas diferentes: por ejemplo, es posible que no tuvieran una categoría cognitiva para, por ejemplo, «automóvil» o que no entendieran el concepto de vehículo con ruedas (si son una especie acuática). Es ingenuo esperar que las INH puedan aprender nuestra lengua tan fácilmente como un chino puede aprender inglés: las estructuras y referencias cognitivas subyacentes no se alinearán, ¿por qué deberían hacerlo?

No obstante, esto no significa que nosotros y las INH no podamos comunicarnos nunca, lo que sí significa es que, para conseguirlo, habrá que esforzarse por entrar en el espacio cognitivo interior del otro, literalmente. En otras palabras, antes de poder comunicarse con nosotros, tendrían que acceder directamente a nuestros procesos mentales abstractos y manipularlos, lo cual no es algo que pueda conseguirse, casualmente, del mismo modo en que puedo aprender italiano durante unas vacaciones.

Las dificultades se aprecian mejor si pensamos en las ballenas: sabemos que tienen un lenguaje más complejo que el nuestro.[ii] Sin embargo, no podemos traducir el «balleno» (como lo hace la pez Dory en el genial filme animado de Pixar, Buscando a Nemo) a ningún idioma humano, a pesar de que las ballenas, al igual que nosotros, son mamíferos que respiran aire y lactan.

De hecho, para apreciar realmente las dificultades tenemos que ir más allá de las ballenas —parientes cercanos nuestros— e imaginar que, por ejemplo, las mantis religiosas —insectos antiguos mucho menos emparentados con nosotros— tuvieran alguna forma de lenguaje, y que intentáramos comunicarnos con ellas. Ahora nos estamos acercando al objetivo, ya que los patrones cognitivos y la lógica interna de los insectos son en gran medida incompatibles con las nuestras. Para hablar en «insectoide» hay que entrar en el espacio cognitivo de los insectos, es decir, en su mente.

Por ende, la comunicación a nivel intelectual entre las INH terrestres más avanzadas y nosotros requerirá un acceso directo a nuestros procesos cognitivos, modulando directamente nuestras propias referencias y modos abstractos. En otras palabras, tendrán que transmitirnos sus ideas estimulando a nuestra propia mente a articular esas ideas para sí misma, utilizando su propio diccionario conceptual y estructuras gramaticales.

Y puesto que su mensaje —producto de su propia cognición, incompatible con la nuestra— no se ajustará adecuadamente a nuestra gramática y menú conceptual, dicha articulación tendrá que ser forzosamente simbólica, metafórica; deberá apuntar al significado pretendido, en lugar de encarnarlo directa o literalmente.

Hay muchos precedentes clínicos de lo anterior en la literatura de la psicología profunda. La psicología analítica de Jung, por ejemplo, sostiene que la capa más profunda, evolutivamente antigua e instintiva de nuestra mente, al no tener las capacidades lingüísticas del ego ejecutivo, nos habla en sueños y visiones a través de símbolos y metáforas.[iii] No puede decirnos en español, por ejemplo, que el tiempo fluye mientras dejamos las cosas para más tarde, incitándonos a actuar. En cambio, puede desencadenar y modular un sueño en el que, por ejemplo, se nos cae accidentalmente la mochila a un río caudaloso y vemos impotentes cómo se aleja flotando.

Si la capa más profunda de nuestra mente, por ser filogenéticamente primitiva, es incapaz de articular las abstracciones conceptuales «tiempo», «flujo» y «procrastinación»,[iv] aún puede señalar simbólicamente su significado intencionado; aún puede enfrentarnos con imágenes que evocan el mismo sentimiento subyacente —una sensación de urgencia— que habría evocado la afirmación «el tiempo fluye mientras tú procrastinas».

Tal es la comunicación a nivel intelectual cuando los interlocutores no tienen estructuras cognitivas compatibles. Y así es como podemos esperar que se comuniquen con nosotros las INH, si disponen de la tecnología necesaria para llegar directamente a nuestras mentes y manipular nuestro espacio cognitivo interior.

Nótese la similitud entre lo anterior y la clase de incidentes de «alta extrañeza»: ambos implican una comunicación simbólica por medio de la manipulación directa de nuestra cognición interna. En los eventos de «alta extrañeza», la comunicación se produce entre las capas más y menos profundas —primitiva y moderna, respectivamente— de nuestra mente, de forma natural y espontánea.

Y en el caso de la comunicación entre una INH y un ser humano —probablemente mediada por la tecnología—, ésta se da de forma artificial y deliberada. Pero ambas son metafóricas, parecidas a sueños y alucinaciones. Tal similitud es parte de la razón por la que nos sentimos tentados a confundir las observaciones de «tuercas y tornillos» con las de «gran extrañeza».

Como conclusión, propongo la hipótesis de que, cuando los OVNIS manipulan nuestras percepciones durante un encuentro, en realidad están intentando comunicarse de la única forma que pueden. De forma análoga, si vamos de excursión por un sendero remoto y nos cruzamos con un oso salvaje —otra especie terrestre con una estructura cognitiva diferente a la nuestra, que encontramos por casualidad mientras se dedica a sus asuntos en su propio hábitat—, el plantígrado se comunicará con nosotros de la única forma posible: mediante posturas corporales y sonidos que evocan significados, e incluso los entenderemos. La diferencia es que los OVNIS son más sofisticados en esta tarea.

Ahora bien, para toda hipótesis útil y verdaderamente científica debe haber un experimento o una observación pasiva en condiciones controladas que pueda confirmarla o contradecirla. Como hemos planteado, la hipótesis en cuestión es que la INH —o las INH— que hay detrás del fenómeno OVNI «de tuercas y tornillos» es (son) antigua(s) pero terrestre(s). Ya hemos hablado de las características del fenómeno que motivaron la citada hipótesis:

  • A) La frecuencia de los encuentros con los OVNIS, la cual sugiere que son de la Tierra y que nos los encontramos mientras se dedican a sus asuntos, igual que nos topamos con un oso en un sendero;
  • y B) su interés por las actividades humanas que pueden poner en peligro la habitabilidad de este planeta, como las instalaciones nucleares y las maniobras militares.

Pero tales características no son concluyentes, entonces, ¿qué podría serlo?

Si es cierto, como afirmó el oficial de inteligencia David Grusch, en su testimonio ante el Congreso de EUA en julio del 2023, que el gobierno estadounidense tiene «biológicos» —es decir, los cuerpos de los pilotos de los OVNIS accidentados—, un análisis bioquímico de dichos restos, si no concluyente, al menos sería muy indicativo de si son terrestres o no.

Toda la vida terrestre estudiada en detalle hasta ahora, a pesar de sus drásticas diferencias morfológicas —pensemos en los contrastes entre una amiba, una mantis religiosa y un gato— comparte exactamente la misma bioquímica: tiene ADN bicatenario con esqueletos de azúcar–fosfato y cuatro nucleobases (citosina, guanina, adenina y timina) que forman dos posibles configuraciones de pares de bases. A pesar de sus extremas diferencias morfológicas, toda la vida terrestre tiene el mismo aspecto cuando se observa «al microscopio con suficiente aumento», por decirlo de alguna forma.

Sin embargo, las funciones que desempeña esta bioquímica tan específica son realizables de múltiples modos: hay muchas maneras concebibles en las que tales funciones podrían llevarse a cabo basándose en una bioquímica diferente.

El hecho de que toda la vida estudiada hasta ahora comparta una bioquímica tan específica significa, simplemente, que todos tenemos un antepasado común que se remonta a un acontecimiento de abiogénesis: el surgimiento de la vida a partir de la no vida,[v] acontecimiento que ha definido la bioquímica que todos hemos heredado. Pero también podría haber sido muy diferente, no hay ninguna razón a priori por la que la bioquímica deba ser como es en nosotros.

De hecho, un acontecimiento diferente de abiogénesis —tampoco hay ninguna razón a priori por la que la vida deba surgir de la no vida una sola vez en la Tierra— podría haber establecido una bioquímica diferente, capaz de almacenar el plan corporal del organismo, de construir sus componentes básicos (proteínas, en nuestro caso), de metabolizar y transmitir dicho plan corporal a la siguiente generación a través de la reproducción, pero con una bioquímica disímil a la nuestra.

Lo anterior se conoce en biología como la hipótesis de una «biosfera sombra»: puede que, de hecho, haya organismos en la Tierra con una bioquímica diferente a la nuestra, porque pueden ser descendientes de un evento de abiogénesis diferente, y aún no los hemos detectado porque no hemos hecho un análisis bioquímico detallado de la mayoría de los organismos del planeta.[vi]

Si incluso los organismos terrestres, que surgieron y evolucionaron en este mismo planeta, pueden tener una bioquímica distinta, es lógico pensar que es muy improbable que los organismos que evolucionaron en otro planeta, con condiciones ambientales y composición química distintas, tengan exactamente la misma bioquímica que nosotros.

Ello requeriría una coincidencia inverosímil de proporciones literalmente cósmicas, incluso bajo el supuesto de una evolución convergente a nivel del fenotipo (es decir, la forma del cuerpo). O, como lo planteamos hace seis años,[vii] que fueran descendientes de una avanzada y antiquísima civilización terrestre que logró viajar a otros planetas, tal vez ante la amenaza de un Evento de Nivel de Extinción.[viii]

Por lo tanto, si los seres biológicos en los congeladores de los poderes fácticos tienen nuestra misma bioquímica, creo que es seguro asumir que son terrestres: se trataría de nuestros primos mayores —probablemente traumatizados para siempre por cataclismos planetarios anteriores—, ciertamente no extraterrestres.

Otra predicción de la hipótesis «ultraterrestre» es la siguiente: los materiales —por ejemplo, los metales— utilizados en los OVNIS deberían tener proporciones isotópicas compatibles con un origen terrestre, en contraposición a uno fuera del sistema solar. Si los poderes fácticos están en posesión de tales naves, no debería ser una prueba difícil de realizar.

Juntos, los dos resultados de las pruebas sugeridas anteriormente, si resultan coherentes entre sí, deberían ser concluyentes.

Recapitulando lo expuesto hasta el momento: la hipótesis que planteo es que, si el fenómeno OVNI y la(s) Inteligencia(s) No Humana(s) que hay detrás son reales, es poco probable que sean extraterrestres, por el contrario, es posible que se trate de restos de INH industriales y tecnológicas que evolucionaron en la Tierra, aproximadamente, hace 350 millones de años.

No podemos encontrar huellas arqueológicas o geológicas notables de tales civilizaciones porque, según la llamada «Hipótesis Silúrica», no sólo la erosión meteorológica sino también el reciclaje regular de la corteza terrestre, a través de la tectónica de placas, las han borrado. La noción antropocéntrica de que no ha surgido nada inteligente en nuestro planeta, en los miles de millones de años que lleva de existencia, resulta injustificada: han existido tiempo y oportunidades de sobra para que muchas civilizaciones tecnológicas e industriales, pero no humanas, hayan surgido y desaparecido de la superficie de la Tierra.

Aunque comprendo que muchos puedan considerar esta hipótesis perturbadora a cierto nivel, no requiere nada fundamentalmente más allá de los procesos naturales existentes: sabemos que la vida inteligente puede surgir en este planeta, dadas sus condiciones ambientales; sabemos que las civilizaciones industriales pueden surgir, desarrollarse y extinguirse en un periodo no superior a unos pocos miles de años, que es un abrir y cerrar de ojos a escala geológica; sabemos que nuestra propia tecnología actual habría parecido magia al gran Goethe, hace sólo 200 años atrás; sabemos que las especies inteligentes —en las que evolucionó la capacidad de actuar de acuerdo con un código ético abstracto— pueden operar bajo una política de no interferencia hacia la vida menos evolucionada (baste pensar en los investigadores de la fauna silvestre), y así sucesivamente.

La presente hipótesis no requiere nada más que lo anterior. Como tal, no tiene nada de antinatural o verdaderamente extraordinario. Si viola nuestras sensibilidades, entonces esto nos habla sobre nuestras sensibilidades, no sobre la plausibilidad de la hipótesis en un marco naturalista.

Nótese, sin embargo, que la hipótesis aquí propuesta presupone que los datos de los OVNIS revelados hasta ahora, sobre todo en las comparecencias ante el Congreso de EUA,[ix] son auténticos y no el resultado de una campaña de desinformación, como ya ha ocurrido en el pasado, circunstancia analizada con gran detalle por el insigne doctor Jacques Vallée en otro de sus imprescindibles libros, Emisarios del engaño (1979).[x]

En este último caso, las motivaciones clave y el fundamento empírico de las especulaciones del presente ensayo serían nulos, y la hipótesis que nos ocupa debería descartarse en su totalidad.

[i] https://tropicozacatecas.com/2023/12/10/noam-chomsky-padre-de-la-inteligencia-artificial-axis-mundi/

[ii] https://revistaboletinbiologica.com.ar/ballenas-como-se-comunican/

[iii] https://neuro-class.com/carl-gustav-jung-y-la-psicologia-analitica/

[iv] https://www.psiquiatriapsicologia-dexeus.com/es/unidades.cfm/ID/9734/ESP/-que-consiste-procrastinacion-.htm

[v] https://www.grisda.org/espanol/abiogenesis-y-exobiogenesis

[vi] https://www.vice.com/es/article/kw94vx/the-learning-corner-773-v5n4

[vii] https://tropicozacatecas.com/2018/07/22/axis-mundi-tomando-en-serio-a-los-ovnis/

[viii] https://es.khanacademy.org/science/ap-biology/natural-selection/extinction/a/surviving-an-extinction-level-event

[ix] https://tropicozacatecas.com/2023/07/30/los-ovnis-ante-el-congreso-de-eua-que-paso-en-realidad-axis-mundi/

[x] https://averiadepollos.com/emisarios-del-engano/

Carlos Hinojosa*

*Docente y escritor zacatecano

Puedes compartir esta noticia en tus redes sociales.
Previous “Queremos una ciudad limpia”: Pepe Saldívar
Next Comenzaron las campañas