Axis Mundi – De la Ilíada a James Bond: La milenaria historia del cine de acción


En una secuencia del reciente filme de James Bond, Sin tiempo para morir, el sicario Primo somete al agente 007, pero Bond porta un reloj que puede desencadenar un pulso electromagnético sobre los circuitos a su alcance. Primo, convenientemente, tiene un ojo biomecánico, así que cuando Bond activa su reloj junto a la cabeza del esbirro, éste explota. Q, el clásico «soporte técnico» del 007, se comunica por radio y Bond dice: «Le mostré tu reloj y la cabeza le voló».

Este tipo de ocurrencia después de matar a alguien no es exclusiva de la franquicia de James Bond: Desde Harry el Sucio (1971) hasta Django Desencadenado (2012), se ha convertido en un elemento básico del género de las películas de acción. De hecho, el público podría pensar que los citados filmes inventaron tales chistes, pero el origen de este tipo de violencia retórica se remonta a miles de años atrás.

La «frase de remate» (curioso juego de palabras) es, en muchos sentidos, la «marca de la casa» de las películas de acción, un recurso que despegó en los años sesenta y alcanzó su punto álgido a mediados de los ochenta y principios de los noventa. Hoy en día se pueden ver referencias ocasionales a esta tradición en películas como la citada Sin tiempo para morir.

De esta forma, los anteriores James Bonds también lanzaban chistes después de matar a alguien. En Operación Trueno (1965), el Bond de Sean Connery ensarta a un enemigo con un arpón y luego bromea: «Creo que entendió el punto (juego de palabras con la expresión inglesa point, que puede ser punto y punta)». Después de que el villano de Vive y deja morir (1973), el Dr. Kananga, se hincha y explota al ingerir una bala de gas, el 007 de Roger Moore se regodea: «Siempre tuvo una opinión muy inflada de sí mismo».

Estas frases se convirtieron en algo habitual en la década de los 90’s, por ejemplo, en Soldado universal (1992), Luc Deveraux (Jean–Claude Van Damme) mata a Andrew Scott haciéndole pasar por una trituradora de madera que lanza trozos de su cadáver por el aire. Cuando su compañero pregunta dónde está Scott, Deveraux responde lacónicamente: «Por todas partes». Y después de acabar con Screwface en Marcado para la muerte (1990), John Hatcher, interpretado por Steven Seagal, descubre que hay otro Screwface —o, más bien, que dos gemelos han estado dirigiendo la organización criminal que busca destruir—. Hatcher ejecuta entonces al segundo hermano en una de las escenas más violentas de la historia del cine. Cuando el protagonista recupera el aliento, murmura: «Espero que no fueran trillizos».[i]

Pero Arnold Schwarzenegger, quien saltó a la fama durante la época dorada del cine de acción en los años 80, era el rey de las frases rematadoras. El filme Comando (1985) termina con John Matrix (Schwarzenegger) empalando al villano Bennett con un enorme tubo de metal a una caldera. Una explosión de vapor atraviesa a Bennett y sale por el extremo de la tubería, ante lo cual, Matrix bromea: «Deja salir algo de presión, Bennett». En Depredador (1987), el personaje de Schwarzenegger clava a un enemigo en la pared con un cuchillo, invitándole a «quedarse ahí». Y en The Running Man (también de 1987), corta con una sierra eléctrica a su adversario Buzzsaw, de la entrepierna hacia arriba. Cuando le preguntan qué le pasó a su contrincante, él señala: «Tuvo que separarse».

Estas ocurrencias añaden, literalmente, un insulto a la herida, difamando a la víctima inmediatamente después de su fallecimiento, al adornar la muerte con un «pie de foto», cual si fuera un perverso elogio. En tal sentido, los héroes del cine lanzan las mejores burlas porque su habilidad retórica está ligada a su destreza física, lo cual puede parecer incongruente, pero el vínculo entre la habilidad marcial y la retórica se remonta a los inicios de la literatura occidental.

Como bien pueden deducir nuestros amables lectores, los antiguos poemas épicos son, en muchos sentidos, los antecedentes de las actuales películas de acción: eran los violentos y emocionantes éxitos de taquilla de su época. Por ejemplo, los héroes de Homero en la Ilíada, escrita en algún momento entre el 750 y el 700 a.C., no sólo son hábiles luchadores, sino también diestros en el arte de la palabra. Aquiles, por ejemplo, es alabado como el mejor combatiente y orador entre los griegos que atacan Troya.

Así, los parámetros de los antiguos duelos épicos reflejan las peleas de las películas de acción, esto es, cuando dos guerreros se enfrentan, se burlan el uno del otro y cuando uno de ellos gana, la victoria suele ir acompañada de un ingenioso «alarde» difamatorio que señala la destreza del campeón y la insuficiencia del perdedor.

En la Eneida de Virgilio, Turno evita el daño de una lanza arrojada por el joven guerrero Palante gracias a su grueso escudo y, después de aventar una lanza propia que atraviesa a su adversario, Turno se jacta del rendimiento de su arma con una burla que está impregnada de insinuaciones sexuales: «Tú ahora probarás si es más certero mi dardo y más que el tuyo penetrante».[ii]

Más tarde, Turno se mofa de la muerte de Eumedes, cuya garganta ha cortado: «¡Troyano!, el suelo hesperio que sangrienta tu planta holló, mejor ya mides».[iii] Dado que Eumedes pretendía colonizar partes de la actual Italia, habría inspeccionado la tierra para establecer asentamientos, por ello Turno sugiere con sorna que se utilice su cadáver como vara de medir.

En la Ilíada, Polidamante hiere con una lanza a Protoenor en el hombro, quien cae y muere, tras lo cual Polidamante bromea diciendo que la lanza le servirá «para apoyarse en ella y descender a la morada de Hades».[iv]

En otro momento, Patroclo mata al auriga troyano Cebriones, rompiéndole la cara con una piedra. La fuerza del golpe expulsa los ojos de Cebriones de sus órbitas, mismos que caen al suelo, mientras que el cuerpo de Cebriones los sigue de cabeza hasta el suelo del campo de batalla. La extraña situación suscita el ingenioso comentario de Patroclo: «Si se hallara en el ponto, en peces abundante, ese hombre saltaría de la nave, aunque el mar estuviera tempestuoso, y podría saciar a muchas personas con las ostras que pescara».[v] En esta metáfora, los ojos de Cebriones, que «persigue» en la arena, se han convertido en preciosas perlas de las ostras que «pudiera» recolectar.

Ante lo que hemos expuesto, ¿qué valor tiene el ingenio en géneros narrativos definidos por la fuerza bruta? No importa que un cadáver no sea un objetivo adecuado para los chistes astutos, dichas frases son para el público, y ello es lo más cerca que está el género de romper la cuarta pared. Los espectadores se hallan en sintonía con tales ocurrencias no sólo porque son graciosas, sino porque son autoconscientemente ridículas, por ende, ayudan a distanciar al público de los niveles de violencia, a menudo pavorosos, que se exhiben.

La poesía épica ha tenido tradicionalmente un estatus elevado en la crítica literaria, mientras que las películas de acción se consideran pueriles y brutales, sin embargo, estas designaciones se desmoronan en el nivel de la violencia retórica. En realidad, las epopeyas como la Ilíada se inclinan más hacia el «cine de acción» de lo que la mayoría de los literatos querrían admitir, y viceversa.

De esta forma, los héroes invencibles e ingeniosos, desde John Matrix hasta James Bond, son, en última instancia, la progenie en la pantalla grande de los poetas guerreros de la antigüedad.

 

Referencias:

[i] https://www.youtube.com/watch?v=ZObnyBWAZSI

[ii] http://www.repositorio.ugto.mx/bitstream/20.500.12059/489/1/05_eneida2_virgilio_ugto_2018.pdf

[iii] Ídem.

[iv] http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/Colecciones/ObrasClasicas/_docs/Iliada.pdf

[v] Ídem.

 

Carlos Hinojosa*

*Escritor y docente zacatecano

Puedes compartir esta noticia en tus redes sociales.
Previous Busca Saúl Monreal hermanamiento de Fresnillo con Pasadena, California
Next Crece Vero Alamillo en el PAN - Visión y percepción